—Guau—le suelto, con los ojos abiertos como platos— no sabía que podías adoptar una actitud romántica. A lo más—agregué para rematar, burlándome— creí que podías regalar un par de rosas teñidas.
—¿Qué tienes en contra de mis rosas teñidas?
Hace un tiempo atrás o, mejor dicho, bastante tiempo atrás cuando yo recién había llegado a Hawkings, me había topado con Luke Brown en el ascensor del edificio de chicas. Él iba todo perfumado; a más no poder. De hecho tengo el recuerdo de su olor tan latente que ahora mismo debo exhalar para no inhalar su perfume nuevamente. Él llevaba unos jeans algo rasgados en ambas rodillas y una camiseta e iba bastante arreglado. Además sostenía un ramo de rosas verdes, aunque se notaba demasiado que no era el color natural y que habían sido manipuladas para teñirlas. Brown me observó con recelo, desconfianza; seguramente temiendo que me acercase a él por el asco que me tenía en ese entonces... aunque ahora mismo eso sea bastante irónico, teniendo en cuenta que estamos en medio de una "cita".
El ramo de rosas verdes era para Harper, estoy segurísima de eso. Recuerdo que marcó el piso número 8, y como yo estoy segurísima de que las rosas eran para Harper porque en ese entonces eran novios y se juraban amor eterno, creo que lo marcó para ir directo a la habitación 873. Cuando yo me bajé en mi piso, ni se inmutó en observarme.
—Para mi gusto—comento— son bastante horripilantes las rosas que no lucen naturales. En serio, para eso ibas y le comprabas rosas falsas: le hubieran durado mucho más y hubieran sido del mismo color. Además—añado— las rosas falsas van con gente falsa.
El narcisista osa en reírse aunque yo haya acabado de insultar a su novia o ex, quién sabe. Estos chicos cambian de estado sentimental más veces de las que yo cambio de calzón.
—Vamos, que tampoco era para tanto—sostiene al terminar de reír y adoptando un aire egocéntrico, nuevamente—... eran unas bonitas rosas verdes.
—Eran horribles—insisto.
—Bueno, posiblemente rosas feas van con gente fea.
Me quedo desconcertada. Siempre he pensado que está bien insultar a la gente que se odia... bueno, no del todo. Nunca he incitado a la mala convivencia. Pero Harper era una excepción. Siempre había sido una excepción. El punto es, está bien que yo hable así de la rubia teñida, porque después de todo no estoy siendo cínica si ella lo sabe y hace lo mismo conmigo. Pero, ¿y Luke? Luke era cosa distinta. Era una persona distinta. Él había tenido una relación con Harper —o la tenía aún— y ella jura y perjura todavía que ambos son el uno para el otro. Imagínense, entonces, cómo se pondría la maniquí si alguien le llegase con la noticia de que Brown, el chico más guapo y popular de Hawkings —por primera vez no negaré que es guapo—, con quien estuvo saliendo por demasiado tiempo, cree que es fea. O sea, se echaría a morir. Le daría una crisis de esas que Kayla llama enfermizas. ¡Se volvería loca!
Y más que quedarme desconcertada y sorprendida por el hecho de que el narcisista haya dicho a las espaldas de Harper que ella era fea siendo que no se odiaban y que habían llevado muchísimo tiempo siendo novios, me sorprendía el simple hecho de que creyese que ella era fea. Digo, no del todo. Más bien, sería difícil de explicar. Les pongo este diminuto caso: el chico que les gusta, y que había estado con otra chica, les confiesa que esa chica para él era fea. ¡O sea, se sorprenderían! ¡Quedarían estupefactas! O al menos en cierto modo. Porque por el otro, igualmente me compadezco por ella.
—Entonces te enviaré pronto un ramo gigante de rosas falsas—le garantizo al rato —porque de seguro hay algunas que estarán chupándose los dedos por irse contigo, ya que eres igual de horrible que ellas.
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Un internado ¡Patas Arriba!
Teen FictionAmber ya ha dado con el límite de la rebeldía e irresponsabilidad para sus padres. Para ellos los números rojos en cualquier lista que tenga que ver con su hija ya es común: rojos en su lista de estudios, rojos en su tarjeta de crédito... Sin duda y...