Capítulo siete.

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19 de junio de 2014.

Estaba sentado detrás de su escritorio. Recordando el peor error que había cometido en su vida, un año atrás. Era un maldito hijo de puta sin corazón. Pero no era su culpa, aquella perra le había arrebatado su vida. Y no se arrepentía de lo que le había hecho.

Miró el alcohol en su vaso. Eso lo terminaría matando, y los cigarrillos también. Era un mal hábito, y su hija lo odiaba.

Su hija. Kenya era lo único que le quedaba. Y no quería perderle. Su preciosa hija tenía un corazón enorme. Sabía con certeza que si se enteraba de todo lo que había hecho, ella misma tomaría un cuchillo y lo mataría. Él la amaba, pero sabía que al pasar de los años sólo la lograba decepcionar más y más.

Estaban en Londres.

Cuando Charles le había dado la noticia, supo que Wyatt tenía más poder del que él creía. No tenía ni idea de cómo localizarlos; sabían que estaba en Londres, sí. Pero no tenía ni la menor idea de en qué parte podrían estar. Es más, estaba seguro que Wyatt sabría en qué lugares buscaría y en cuáles no. Era la primera vez en su vida que estaba completamente inseguro, y también estaba aterrado, completamente aterrado. Temía por la vida de su hija.

También estaba el hecho de que Antoine no había vuelto a llamar y eso le había hecho pensar. Era el hijo de Martin, un policía, y Jacob había encontrado la manera de ingresar a su mansión sin ser detectado. Había dado la orden de seguirlo cuando logró arrastrarse hasta su teléfono y sin embargo, no habían logrado dar con él.

Ramsey estaba ubicada en el condado de Anoka y aunque no era una ciudad tan pequeña, carecía de tamaño comparándola con las otras ciudades alrededor.

Su orden había sido clara y sólo unos minutos después de que Wyatt desapareciera con su hija, pero de todas formas había logrado salir de Ramsey sin que pudiera interceptarlo antes.

Fue entonces cuando se dio cuenta que confiar en Antoine había sido un error formidable.

Poder, dinero y codicia. En eso se basaba su vida. Por eso mismo había perdido a personas muy importantes para él. Se sentía demasiado solo. Pero él solo quería más.

Más dinero, más poder, más pérdidas para él.

Cogió el vaso y dio un buen trago al whisky, luego una calada a su cigarrillo. Llenó sus pulmones de muerte segura, de adicción. Pero era lo único que podía mantenerlo tranquilo.

Se sacó la corbata azabache y desabrochó los tres primeros botones de la camisa azul. Estaba esperando una llamada, impaciente, para poder actuar. Wyatt era inteligente y ahora sabía que tenía el suficiente dinero para poder ir de un continente a otro. Tenía que actuar con cautela.

Siempre tienes que ir un paso delante de tus enemigos, nunca detrás.

Se dijo que esa era la razón por la que ahora estaba perdiendo los estribos. Estaban varios pasos más atrás que Jacob Wyatt.

El teléfono sonando llamó su atención. Rápidamente dejó el vaso sobre el escritorio, derramando un poco de su contenido, y lo cogió.

― Aquí Sky ―habló.

― ¿Qué tal, Sky?

Al segundo de escuchar esa voz se congeló.

― Wyatt ―susurró apretando con fuerza el teléfono.

― Ese soy yo ―rió―. ¿No quieres saber cómo está tu preciosa hija?

― Maldito... ―maldijo entre dientes―. Si le pasa algo, si le falta un sólo pelo de su cabello, te mataré. Te haré pedazos, Wyatt.

― No te preocupes Sky, yo no le haré nada que ella no quiera ―rió nuevamente.

― ¡Hijo de puta! ¡No te atrevas a tocarla! ―apretó el teléfono más fuerte.

― Si ella no lo desea, no lo haré.

Supo que estaba sonriendo sin la necesidad de verlo.

― Te encontraré, Wyatt. Los encontraré, y te mataré.

― Sky, no podrás hacerlo sin perder a tu hija ―habló calmado―. ¿Quieres perder a alguien más?

― Cállate, ¡cállate maldita sea!

― Ella se encuentra bien ―hizo una pausa―. Y se encontrará mejor si haces lo que te digo.

― ¿Qué quieres? ―escupió las palabras.

Entrégate.

― ¿Qué?

― Hazte cargo de todas las cosas que has hecho ―su voz sonó sombría―. Entrégate.

― No lo haré, ¡jamás! ―rugió con rabia.

― Entrégate ―volvió a repetir―. Y yo te entregaré a tu hija.

Silencio le siguió después.

― Considéralo ―dijo y colgó.

― ¡Maldita sea! ―espetó dejando el teléfono en su lugar.

No era precisamente esa llamada la que esperaba.

Estaba entre la espada y la pared. Entre su hija y la libertad. Entre ser padre y ser lo que es.

No debería de haberse metido con Wyatt. Estaba pagando por todo lo que había hecho, y lo sabía.

Cogió el vaso y se tomó el resto de whisky que quedaba, dio la última calada a su cigarrillo y trató de tranquilizarse.

Obtendría las dos cosas, obtendría a su hija y la libertad, sería padre siendo lo que es.

Se levantó de la silla, rodeó su escritorio y salió de su oficina. Caminó por el pasillo y se dirigió a la habitación de Kenya. Entró y se sentó en la cama.

Respiró hondo, la tristeza y la culpabilidad le oprimían el pecho. Esos últimos años había sido de todo menos un padre. Nunca olvidaría cuando llegó a su casa, entró al comedor y vio los platos sobre la mesa. Uno vacío y el otro con comida. Le había prometido a Kenya que volvería para cenar con ella, pero no lo había hecho. Le había fallado una y otra vez, pero ni siquiera se había disculpado con una excusa tonta.

Las lágrimas querían salir de sus ojos pero no las dejó. Los hombres de verdad no lloran, se dijo. Él se había buscado todo eso.

Suavemente se recostó en la cama, suspiró y cerró los ojos. La almohada y las sábanas olían a ella. Enterró la cara en la almohada y su cuerpo tembló. Tenía que traer a su hijita de nuevo a casa.

El recuerdo de sus brillantes ojos marrones llegó a su mente. Su carita de muñeca; era hermosa, igual a su madre. Delicada y llena de vida. Dispuesta a ayudar a todo el mundo.

Se dio cuenta de que eran muy diferentes. Él se había encerrado en el dolor. Ella había salido adelante, con dolor y todo, ella se había superado.

Cerró los ojos y permitió que los recuerdos le embargaran.

Dulce Venganza - SECUESTRADAS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora