Capítulo trece.

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4 de agosto de 2014.

Terminó de comer y soltó los cubiertos en el plato. Se sentía terriblemente cansada y se preguntó si era debido al estrés.

Ya había pasado un mes desde la llegada de su padre a Londres. Un mes desde que se había acostado con Jacob. Un mes desde que se habían ido de la cabaña.

Ahora estaba en una casa ubicada a unas pocas cuadras de la comisaría donde trabajaba el padre de Antoine, Martin. Por lo que le había dicho Jacob se encontraban en Saint Paul, relativamente cerca de su ciudad de origen, y se preguntó si su padre siquiera se imaginaría que estaban a tan poca distancia de su hogar.

La pequeña casa que ahora era su cárcel estaba detrás de la mansión del señor Babineaux, como si fuera un aparte para invitados.

Tenía una sola habitación con baño, un pequeño living-comedor y la cocina. Ella la calificaba como acogedora. Pese a que no había visto a la madre de Antoine, sabía que había sido ella quien había abastecido la casa para que no le faltara nada y pudiera sentirse cómoda.

Ahora que conocía un poco de la verdad, no la tenían tan encerrada y podía salir al precioso patio rodeado de flores. Con la única condición de que tuviera cuidado de no ir a la casa de Martin y que nadie la viera. Eso estaba perfectamente bien para ella. Tampoco quería ver a nadie, estaba acostumbrada a la soledad.

De todas formas ansiaba la libertad. Pero... ¿Para qué? ¿Qué tenía ella en Ramsey? Ya no estaba segura de, ni siquiera, pertenecer allí.

Las cosas entre Jacob y ella estaban bien. No fui así los primeros días luego de haberse acostado, pero ambos supieron superar esa incomodidad. No lo hablaron y dudaba que lo fueran a hablar alguna vez. De todas formas, ¿sobre qué debían hablar? Absolutamente nada.

Llevó las manos hasta su cuello y masajeó despacio, cerrando los ojos. Se sentía tensa, tenía el estómago revuelto y en cualquier momento se desplomaba del cansancio. Suspiró cuando el masaje no alivió la tensión.

Abrió los ojos y se entretuvo mirando alrededor. La mesa estaba contra la pared izquierda a la puerta principal y en la pared derecha había un televisor. Dos viejos sillones se hallaban frente al televisor, de espalda a la mesa. Una moqueta de color caoba y con algunos estampados estaba entre los sillones y la mesa.

Las paredes no tenían ningún cuadro y eran de color salmón claro. El suelo era de baldosas color crema.

Se levantó de la mesa y agarró el plato vacío. Se dirigió a la cocina.

Esta se encontraba en una habitación adyacente a esa y no tenía puerta, solo un gran marco de roble. Era pequeña y sólo tenía lo necesario. Cocina, refrigerador, microondas y cafetera, el lavado con un mueble encima y una repisa para dejar los alimentos que no necesitaban el frío del refrigerador.

Dejó el plato en el lavado y se sostuvo fuertemente del mismo. Realmente estaba agotada. Se sentía como en el aire, mareada, un dolor de cabeza queriendo formarse en su cráneo. Apretó los ojos y respiró profundamente.

― ¿Te encuentras bien, dulzura?

Soltó un chillido y se dio vuelta con la mano en el pecho.

Jacob la observó curioso y preocupado.

― Jacob ―suspiró con alivio―. Sólo estoy cansada, nada más.

El castaño se sacó la chaqueta negra que llevaba y avanzó hacia ella.

― Estás temblando ―espetó y le pasó la chaqueta por los hombros.

No se había dado cuenta de que lo estaba haciendo hasta que él se lo dijo.

Dulce Venganza - SECUESTRADAS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora