Capítulo tres.

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15 de junio de 2014.

Dos horas después del secuestro.

El muy maldito había entrado en su casa en su momento de debilidad. Cuando las criadas iban a sus casas a descansar y él y su hija tomaban una siesta. Era domingo, por lo que el personal escaseaba en la mansión.

Muy inteligente de su parte. Eso le hizo saber que de alguna forma había burlado su seguridad y lo había estado vigilando de cerca sin que él se diera cuenta. Se enfureció mucho más.

Había irrumpido en su habitación ruidosamente, avisando así su llegada y lo despertó. No le había dado tiempo a reaccionar cuando ya lo tenía sobre él. Cuando intentó sacárselo de encima cayeron los dos al suelo. Donde empezaron a pegarse como dos maniáticos.

Jamás admitiría que le habían dado la paliza de su vida pero de hecho así había sido.

Sin querer habían pechado la mesita de luz que se ubicaba al lado de su cama. Estaba seguro que esa fue la razón por la cual Kenya se despertó.

Cuando ella entró a su habitación se congeló. No debería de haber entrado justo cuando los errores de su pasado estaban cobrando venganza. Logró susurrarle un "vete", pues su garganta se sentía seca y apretada, impidiéndole hacer más que susurrar.

Él sabía que su hija era bastante atractiva, y odiaba eso. Con sus rizos negros y ojos marrones expresivos cautivaba a cualquiera, hasta sin querer. Y eso fue lo que hizo con aquel jodido hijo de puta.

En cuanto los ojos de Wyatt se posaron en ella supo que todo saldría bastante mal. El maldito la había mirado de la cabeza a los pies y odio la asquerosa sonrisa de superioridad que se formó en su cara.

El terror reflejado en la expresión de su hija le había roto el corazón y esa imagen lo perseguiría para siempre.

El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos.

Parándose del sofá en el que se encontraba sentado, se dirigió hacia él cojeando y bastante magullado, la furia creciendo en su interior a medida que se acercaba. Sabía de quién se trataba antes de, incluso, ver el identificador de llamadas.

Lo siento —fue lo primero que escuchó desde el auricular del teléfono nada más al descolgar.

Y una mierda —rugió cabreado—. ¿Cuántas veces me has fallado? Cuéntalas, maldito idiota.

Yo... —la voz del otro lado de la línea se cortó.

— ¿Yo qué? —muy pocas veces perdía la cordura, pero de su hija era de quién estaban hablando—. Se ha llevado a Kenya, ¿entiendes eso? Se ha llevado a mi hija.

Señor Sky, de verdad que lo...

No lo dejó terminar.

¿Qué te pasa, Babineaux? Hace un año atrás me fallaste, y ahora lo vuelves a hacer. ¡Eres un maldito fracaso, bueno para nada!

¡Quizás, si mirara un poco más allá de su engreída nariz, se daría cuenta de su estúpido error, hijo de puta!

Él no toleraba que sus guardias y colegas le gritaran, menos que lo insultaran. Su ira creció a pasos agigantados.

¡En mi vida no he cometido ningún error! ¡Tampoco lo pienso hacer! —estaba apretando el teléfono fuertemente contra su oído, temblando de ira—. ¡Joder! ¡La ha secuestrado en mi jodida nariz! ¡Frente a mis jodidos ojos!

Dulce Venganza - SECUESTRADAS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora