Capítulo ocho.

77 9 1
                                    

19 de junio de 2014.

Llevaban más de dos horas de viaje y aún no llegaban a su destino.

Luego de que Jacob la metiera en el auto a empujones, ató sus muñecas y puso demasiada cinta de embalar en su boca. Se había metido en el asiento trasero con ella y le había ladrado órdenes a Antoine para que condujera. También había hecho que su cabeza descansara en su regazo para que nadie la viera, y cada vez que trataba de enderezarse cuando oía a otro vehículo, le daba un fuerte tirón a su pelo. Su cuero cabelludo dolía, tenía la garganta seca y podía asegurar que tendría unos horribles cardenales sobre los otros cardenales en sus muñecas. Había tratado de humedecer la cinta para que se despegara pero no había conseguido más que dejar una capa de baba entre sus labios y la cinta.

Intentaba escapar y solo terminaba más magullada y débil que antes.

El auto fue bajando la velocidad poco a poco, y luego tomó un camino lleno de baches que hacían que rebotara en el asiento. Suspiró con alivio cuando el vehículo se detuvo. Por fin habían llegado, no sabía a dónde, ni qué camino habían tomado, pero cualquier cosa sería mejor que el incómodo asiento.

El castaño tiró de su pelo fuertemente, obligándola a enderezarse.

Si seguía tirándole del pelo así, le daría dolor de cabeza, un fuerte dolor de cabeza. Y eso traería lágrimas y ya estaba harta de llorar.

Antoine se bajó del auto y Jacob le siguió. Luego tiró de ella para que saliera.

Miró a su alrededor como pudo, el ojimiel tenía un fuerte agarre en su pelo que trae lágrimas a sus ojos. Veía sólo árboles, ni casas, ni carreteras. Sólo malditos árboles, el camino por donde habían venido y la casa en la que ellos, obviamente, se quedarían.

De repente el castaño tiró de la cinta en su boca, haciéndola jadear por el dolor.

― Por favor, Jacob, suelta mi cabello ―susurró con voz quebrada.

Su agarre fue disminuyendo poco a poco.

― Yo...

Se quedó callado abruptamente, la soltó del todo y se dirigió rígido hacia la casa.

― Kenya, no debes empujarlo hasta el borde constantemente ―la voz de Antoine sonó un tanto apagada―. Estoy tratando de protegerte y lo creas o no, Jacob también.

Tomó sus muñecas y con una suavidad increíble las desató.

― Estoy tan magullada y débil que fácilmente habría obtenido el mismo resultado golpeándome ―murmuró con voz ronca.

― Tú te los has conseguido por no hacer caso ―susurró exasperado―. Deja de intentar escapar. Yo también te habría atado, también te habría puesto cinta en la boca. Tal vez no habría sido tan rudo pero estás todo el tiempo haciéndolo enojar a propósito.

― ¡Explícame qué está pasando entonces! ¡Me han secuestrado! ¡Y no sé qué carajos quieren de mí!

― No puedo hacerlo, no todavía ―aprieta la boca en una línea firme―. Deja de tratar de escapar de nosotros, hay más problemas detrás de ti de los que tendrás alguna vez si te quedas con nosotros. No quiero amenazarte pero si el miedo te mantiene a nuestro lado lo haré. Por favor cariño, estoy tratando de protegerte y no estás cooperando.

Hundió los hombros cansada y asintió.

― Ahora, entraremos en la casa ―la miró directamente a los ojos y acarició sus muñecas―. No lo mires, no le hables a no ser que te lo pida o debas responder, no lo cuestiones, y por favor, obedece.

Dulce Venganza - SECUESTRADAS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora