Capítulo dos.

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17 de junio de 2014.

Sentía que la cabeza le iba a explotar. Parecía que un camión hubiese arrollado su cuerpo.

Abrió los ojos lentamente pero solo pudo ver negro. Se sentía aturdida, desorientada, pero sobre todo sentía miedo. No tenía ni idea de qué había pasado y sus recuerdos eran difusos.

Movió levemente la cabeza para intentar aclararse y se dio cuenta de que lo que le impedía ver era una venda. Apretó los ojos y los volvió a abrir, tratando de serenarse. No estaba muerta.

Sentía la boca seca, pero increíblemente no tenía una cinta en ella que le impidiera hablar. Podría gritar pero algo le decía que iba a ser en vano. Es decir, si en realidad hubiera alguien por ahí cerca -de donde sea que se encontrara- que pudiera escucharla gritar, estaba segura que su secuestrador le habría puesto algo en su boca para hacerla callar.

― ¿Hola? ―susurró temerosa.

El silencio fue su respuesta y un poco de tensión la abandonó al saber que estaba sola.

Sus manos estaban atadas. Podía sentir la cuerda envuelta alrededor de las muñecas quemándole en cada movimiento que hacía para tratar de liberarse. Sin embargo, sus pies estaban sin ningún tipo de restricción.

Un escalofrío le recorrió de la cabeza a los pies al recordar todo lo que había sucedido.

Inmediatamente las lágrimas salieron de sus ojos. ¿Cómo es posible que eso le sucediera a ella? ¿Qué había hecho? Nada, absolutamente nada.

El recordar que su amado padre podría estar muerto en esos momentos hacía que las lágrimas cayeran con más rapidez. Ella vio el estado en el que se encontraba al entrar a la habitación. Todo eso era su maldita culpa. Si tan sólo hubiese reaccionado a tiempo todo eso no habría pasado.

Intentó calmarse, no le serviría para nada llorar. Tenía que pensar con claridad y no perder la poca cordura que le quedaba.

En lugar de perder los estribos, se concentró en averiguar dónde se encontraba.

Lo único que podía percibir bajo su cuerpo era un colchón suave. Bajó un pie de él para ver qué tan alto se encontraba. Para nada alto. Su pie tocó el suelo en cuanto lo bajó. Y por ende, se dio cuenta que simplemente estaba encima de un colchón con sábanas. También se dio cuenta de que estaba descalza.

¿Qué clase de secuestrador era este? No ataba sus pies, podría gritar sin hacer esfuerzo y estaba cómoda en el colchón. O era uno muy malo, o confiaba en sus habilidades para atraparla si intentaba escapar. También cabía la posibilidad de que estuvieran los suficientemente lejos de la civilización como para que alguien la oyera gritar.

El sonido de una puerta crispó todos sus nervios y la puso alerta. Rápidamente subió el pie al colchón.

― Tranquila, gatita curiosa.

Pudo reconocer la voz del hombre que la secuestró, grave y con un ligero acento británico.

Todo su cuerpo se tensó. Por un momento creyó que todavía estaba durmiendo, que tal vez, sólo tal vez, sus pesadillas habían vuelto. Pero esa voz sólo la había escuchado una vez antes.

― ¿No vas a responderme? ―su voz sonó demasiado cerca.

― ¿Puedes sacarme la venda de los ojos? ―su voz salió áspera y en un susurro.

Decir eso fue lo primero que se le ocurrió.

― ¿Quieres verme? Estoy desnudo.

Un grito ahogado salió de su garganta.

Dulce Venganza - SECUESTRADAS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora