15 de junio de 2014.
Un molesto sonido perturba su sueño. Abriendo los ojos pesadamente tardó unos segundos en enfocarse. El techo de color blanco fue lo primero que sus ojos somnolientos percibieron.
Suspirando con resignación, quitó las mantas color celeste de su cuerpo, se sentó en la cama y bajó sus pies al suelo. Se estremeció al sentir el contacto de su piel tibia con el piso frío. Sin más, obligó a su perezoso trasero a levantarse de la cama.
Con pasos pesados y haraganes se dirigió al baño contiguo a su habitación. Se situó frente al lavado y se miró en el espejo. Una chica con cara adormilada y cabello muy alborotado le devolvió la mirada desde el otro lado.
Se examinó brevemente. Sus ojos de color marrón tenían un leve colorón debido a la larga siesta que había tomado luego de llegar de sus clases particulares. Odiaba tener que ir a clases particulares en domingo, pero el resto de la semana tenía un horario bastante inflexible en cuanto a estudios y entrenamientos de defensa personal.
Tenía marcas en los cachetes por las sábanas arrugadas, sus labios color cereza por naturaleza estaban de un rosa pálido y secos.
Se rió internamente de sí misma. Tomó el lado derecho del espejo y tiró de él. Éste se abrió, revelando así, varios productos de higiene y su cepillo de dientes. Tomó el cepillo color turquesa y la pasta dental y volvió a cerrar el espejo.
Terminó de lavar sus dientes y devolvió todo a su lugar rápidamente sin importarle dónde se encontraba cada cosa antes. Salió del baño y fue directo hacia el gran armario, pues aún seguía con la ropa que había usado todo el día y estaba incómoda con la falda hasta las rodillas.
El sueño la había vencido fácilmente y lo más seguro era que alguna de las criadas se hubiese preocupado en taparla, lo cual agradece. No importaba en qué estación del año se encontrara, odiaba dormir sin estar cubierta al menos por una sábana.
No le gustaba llamarles criadas, le parecía una falta de respeto. Pero su padre se encargó de dejarle bien claro que debía hacerlo. Obviamente desobedeció. Le encantaba hablar largo y tendido con las amables señoras, eran muy agradables y la trataban como si fuera su hija. Nunca las había considerado menos que ella solo porque eran empleadas de su padre.
Observó el atuendo que descansaba en sus manos, aún adormilada. Consistía en una remera de color blanco con estampado floral de muchos colores diversos y unos jeans blancos. En su camino hacia la cama cogió las converse negras que se encontraban tiradas de forma desordenada en el centro de la habitación.
Ya completamente vestida salió de la habitación rumbo a las escaleras de color cobre brillante. Cuando iba casi en la mitad de ellas, escuchó el mismo sonido que la despertó de su siesta. Provenía de unas de las habitaciones. La de su papá, precisamente.
Encogiéndose de hombros siguió su camino. Quién sabía qué estaría haciendo su padre allí adentro. Fuese lo que fuese, no quería averiguarlo.
Y menos aún si estaba con una mujer, pensó consternada.
Casi al final de las escaleras volvió a escuchar otro sonido, pero más fuerte y brusco. Esta vez su curiosidad despertó junto con la preocupación. ¿Y si se cayó y golpeó las costillas? En ese momento podría estar sin aire y ella sería la única persona que podría ayudarlo.
Con el mal presentimiento creciendo en su pecho, se dio vuelta y subió las escaleras a la mayor velocidad que sus piernas le permitían. Jadeó al llegar a la cima de las escaleras.
Se concentró en escuchar algún otro ruido para confirmar que en realidad había escuchado algo y que no era parte de su imaginación o a que recién se había levantado de un sueño profundo.
Unos minutos después sintió un fuerte ruido. Como si alguien hubiese tirado un jarrón contra la pared o el suelo.
Sin pensarlo dos veces corrió hacia la habitación de su padre.
¡Qué sorpresa se llevó al irrumpir en la habitación!
― ¡Qué mierda sucede aquí! ―gritó lívida.
Su padre estaba tirado en el suelo con la cara ensangrentada, igual que algunas partes de su camisa y algunas gotas en sus pantalones de pijama. El horror hizo que la bilis le subiera por la garganta.
Un hombre de un metro noventa se encontraba de pie al lado de su padre. Tenía sólo el labio inferior roto y algunas partes de su cara y manos magulladas. Sus nudillos rotos eran una clara muestra de que llevaba varios minutos golpeando a su indefenso padre.
La habitación era un desastre y ella aún no salía de su estado de shock. Así que tampoco se dio cuenta en el momento que ese hombre se acercó lo suficiente como para atraparla si intentaba escapar. Todo su cuerpo tembló de miedo en el momento que percibió cuan cerca estaba. Huir no era una opción y menos huir sin su padre.
― Vete, hija... ―apenas logró escuchar el susurro ronco de su padre.
No se iría de allí sin él.
― Ya lo escuchaste, cariño ―dijo el desconocido con voz grave―. Vete.
No parecía un criminal. El miedo que la paraliza la abandonó y frunció el ceño. ¿Era otra clase de entrenamiento a las que a menudo su padre la embaucaba? ¿Le estaban jugando una especie de broma? Porque ella no se estaba divirtiendo en absoluto. La manía que tenía su padre de obligarla a estar siempre alerta era desquiciante a veces.
― No es necesario más de tus juegos, papá ―rió nerviosa―. Sé como defenderme.
La mirada desconsolada de su padre y el frío escudriño del hombre en ella le congeló el alma. Nada de eso era un juego, pudo leerlo en el rostro desesperado de su padre. En ese momento podría estar a punto de ser asesinada.
Sus ojos se abrieron más de lo normal. Debería salir corriendo pero sus pies no se movieron, continuaron pegados al piso. Comprendió que el miedo la paraliza nuevamente.
El hombre castaño la miraba con unos penetrantes ojos color miel.
― ¿Sabes, nena? No deberías estar aquí ―sus ojos recorrieron su cuerpo.
Por fin pudo poner su cerebro a trabajar y su cuerpo reaccionó. Pero ni bien se dio la vuelta, los brazos del hombre se envolvieron alrededor de su cintura, impidiéndole huir.
― ¡Suéltame! ―gritó, con el terror recorriendo su cuerpo entero.
― Me vendría bien una chica en mi apartamento...
Sintió su respiración en el cuello.
Impulsó su codo hacia atrás acertando en las costillas del hombre. Pero solo logró que la apretara con más fuerza. Lo siguiente fue intentar romper su nariz con la parte de atrás de su cabeza. Era considerablemente más alto que ella y además de eso pareció adivinar su movimiento. La alzó en el aire para girarla y la sorpresa ante el movimiento brusco fue suficiente para que dejara de luchar.
Una de sus manos se posó en su boca y apretó con fuerza, luego su otra mano se envolvió alrededor de su cuello. La estaba ahogando.
Clavó las uñas en sus manos abriendo los ojos asustada. La vista de su padre golpeado no ayudó para procurar que su pánico baje y poder liberarse. Estaba lo suficientemente magullado para que no pudiera evitar lo que estaba pasando.
Su mirada triste se lo decía.
Puntos negros aparecieron en su visión y luchó por liberarse. Pero el hombre mantenía un fuerte dominio sobre ella y le fue imposible.
El aire faltó, la fuerza falló y sus ojos se cerraron.
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Dulce Venganza - SECUESTRADAS I
Ficción GeneralTemo no poder perdonarte cuando todo esto termine. Esta obra está registrada bajo CC Reconocimiento-SinObraDerivada 4.0 Internacional License. <a rel="license" href="http://creativecommons.org/licenses/by-nd/4.0/"><img alt="Licencia de Crea...