Necesidad de un compromiso

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— ¡¿Por qué tu cara aparece en cada maldita revista?! —su mánager, Patrick, le gritó a través del teléfono tan pronto como Gerard contestó—, Déjame adivinar. ¿Has salido de fiesta de nuevo? —acusó.

— Déjame en paaaz —gimió Gerard con desgano. Sentía un millar de agujas perforándole el cerebro y los gritos enojados de su mánager por la mañana no ayudaban en absoluto.

— ¡No, no lo haré! ¿Y sabes por qué? Porque eres un maldito alcohólico adicto a la cocaína. Esto no es bueno, Gerard. No es bueno para ti, ni para tu carrera, ni para la imagen de la banda. ¡¿Cuándo lo vas a entender?!

— Solo salí a divertirme un rato con los muchachos. No volverá a suceder, además no le veo nada de malo —murmuró mientras frotaba su dolorida sien. Sin embargo, haber salido con Bert y los demás muchachos la noche anterior lo valía completamente.

— Siempre dices lo mismo y nunca cumples, Gerard. Estoy harto de tu irresponsabilidad y comportamiento. Hay veces en las que sólo quiero... ¿sabes qué? No pensé que tendría que hacer esto, pero tendré que hacerlo. Te espero en mi oficina en 30 minutos exactos. No llegues tarde —exclamó decidido, acto seguido colgó el teléfono. Gerard gruñó y se quedó escuchando el pitido muerto de la otra línea.

Patrick podía llegar a ser muy molesto cuando se lo proponía. Y vaya que se lo proponía.

No tenía el mínimo interés en salir de su preciosa cama. Su cabeza le estaba matando y todo lo que quería hacer era dormir después de la fiesta a la que había asistido ayer por la noche. No recordaba que había hecho ni cuánto había bebido pero suponía que bastante a juzgar por el tamaño de su resaca. Miró la hora en su alarma. Eran las diez de la mañana. Debía levantarse pronto si no quería hacer esperar a su mánager, sobre todo cuando este estaba molesto con él. Se levantó pesadamente de la comodidad de su cama y se dirigió al baño por una ducha. El agua caliente ayudó en algo, pero no lo suficiente como se esperaría. Después de vestirse fue a la cocina por una aspirina y antes de salir se colocó un par de lentes de sol. La claridad del día era enemiga mortal de las resacas mañaneras y Gerard tenía bastante experiencia en ello.

Su limosina lo llevó hasta la discográfica donde se encontraba la oficina de Patrick y una vez que llegó Gerard notó a varios paparazzis esperando en la puerta.

— Maldita sea —murmuró para sí mismo. Odiaba a los paparazzis, nunca respetaban la privacidad y eran increíblemente agobiantes. Lo último que quería hacer ese día era tener que lidiar con ellos, mucho menos considerando lo de anoche. Seguramente todo el mundo ya se había enterado para ese entonces. Pero sorprendentemente a esa altura ya nada le importaba. Excepto quizás quedarse calvo, eso siempre sería una prioridad.

— ¿Desea que encuentre otro lugar para estacionar, señor? —Jean-Pierre, su chofer, le preguntó al ver el extenso grupo de personas rodeando la limosina.

— No —negó con la cabeza— No quiero perder más tiempo. Me las arreglaré.

Jean-Pierre asintió con la cabeza, aunque al parecer todavía no del todo convencido con su decisión, pues le dedicó una mirada algo preocupada. Sin más rodeos y dando un largo suspiro bajo de la limosina. Gerard se encontró rodeado por paparazzis inmediatamente después de bajar. La mayoría de ellos ya estaban sacando fotografías con sus molestas cámaras con flash. Gerard quería decirles donde podían meterse sus cámaras.

— ¡Gerard, Gerard! —uno de ellos lo llamó escandalosamente— ¿Qué tienes que decir sobre lo de anoche?

— Nada que te incumba —respondió de manera fría y cortante mientras luchaba por entrar al bendito edificio.

Do you love me? ↠ FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora