37
Sábado: 5:41pm
—¿Lo más loco? —pensé—. Um... una vez me comí una pizza entera sin usar las manos.
—¿Eso es lo más loco que has hecho? —se burló.
—¿Alguna vez has intentado hacerlo?
—No.
—Pues cuando lo intentes te darás cuenta de que es una verdadera locura —reímos—. Y tú, ¿qué es lo más loco que has hecho?
—¿Yo? —se llevó un dedo a los labios—. A ver... déjame pensar...
Domingo: 2:10pm
—¿Estás hablando en serio?
—Sí.
—Pensé que me ibas a enseñar a "vivir", no a "morir".
Todavía estaba un poco apenado con ella por haberle gritado y haberla empujado. Las lágrimas, hacía un minuto incontrolables, habían cesado. Ella no se había molestado ni le había prestado atención a mis insultos, en vez de eso se me acercó y me dio un húmedo beso en el cachete que me dejó mudo. Luego tomó mi mano y me llevó hasta el vehículo.
—No es difícil, lo único que tienes que hacer es concentrarte en el camino, más nada. Si te concentras en el precipicio o en los demás carros, a la final vas a chocar. Concéntrate en tu camino —señaló hacia el frente.
—No puedo hacer esto —ponerme a mí a manejar un carro era el mejor ejemplo de la palabra "muerte".
—Claro que puedes. Agarra el volante.
—No Ada, no puedo.
—¡No seas cobarde!
—No es por eso —por supuesto que era por eso, pero había otro motivo—: es porque... bueno... soy albino.
—Ya vienes tú con lo del albinismo. ¿Qué tiene que ver eso con que no puedas manejar un estúpido carro?
—Todo. Por si no lo sabías, nuestra vista es pésima. Según mi hermano, nuestra capacidad visual es inferior a la requerida para manejar de una manera segura.
—¿Puedes ver el camino? —señaló hacia el frente otra vez. Yo asentí—. ¿Puedes ver el precipicio? —señaló hacia un costado, donde la montaña se inclinaba vertiginosamente. Asentí de nuevo—. Pues entonces sí puedes manejar.
—No, mi hermano dice que no es seguro.
—Tú hermano es un estúpido —expresó y yo la fulminé con la mirada—. Mira, si estuviésemos en la ciudad, tal vez sea cierto, pero aquí no hay nadie a quien puedas atropellar. Mantente en el camino y todo va a estar bien.
—No puedo.
Para ser honesto, gran parte de mi vida había deseado poder manejar un vehículo, sentir la velocidad, la brisa chocando contra mi cara y la adrenalina fluir por mi pálido cuerpo, pero hasta entonces había tenido que conformarme con juegos de consolas y películas de Hollywood. No podía hacerlo en la vida real, no solo por mi estropeada vista, sino por miedo a que una de mis peores pesadillas se hiciera realidad.
—Sí puedes. Yo tampoco puedo manejar en la ciudad, pero eso no implica que no pueda manejar en lugares como estos. Es mucho más fácil. Ahora, enciende el carro.
—¿Por qué no puedes manejar en la ciudad?
—Porque no me gustan los semáforos. Vamos, enciende el carro —obedecí y el motor rugió como un mostro hambriento. Eso se sintió bien—. Muy bien. Ahora, esta palanca...
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Trillisas
RomanceNada salió como esperaba... pero, después de todo, ¿Qué es la adolescencia si no un repentino cambio de planes?