Part 14

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Sábado: 5:45pm

El infiel tío de Karina pasó cerca de nosotros y le hizo señas con las manos a su sobrina.

—Ya voy, ya voy —dijo ella. Luego abrió el cuaderno y me miró a mí—. Áaron —respiró profundo—, ya rompimos el hielo, ya nos conocemos el uno al otro y se podría decir que ya somos amigos, ¿cierto?

—Bueno, "amigos" no, pero sí dejaste de ser una desconocida para ser "Karina, la periodista fastidiosa" —reímos.

—Bueno —respiró otra vez—, tengo algunas pregunticas que quiero hacerte, preguntitas que sé que no te van a gustar para nada, pero igual tengo que hacértelas.

Esta vez fui yo quien respiró profundo. Sabía perfectamente cuáles eran esas preguntas.

Domingo: 2:45pm

—¿Te estás divirtiendo? —me preguntó el ogro sin apartar la vista de mí. Era la primera vez que uno de ellos me dirigía la palabra, incluso cuando muchas veces yo les había gritado insultos desde lejos.

Para nadie era un secreto que ellos me odiaban.

Para nadie era un secreto que yo los odiaba a ellos.

¿Cómo carrizos me habían encontrado? ¿Cuántos eran? ¿Se habrían enterado de todo lo que yo había hecho? ¿Estarían al tanto de quiénes eran mis compañeros locos? ¿Qué harían ahora? ¿Apartarían a la Trillisa de mí por mi propia seguridad?

—¿Podrías bajarte un momento? —me dijo.

—¿Cómo me encontraron?

—Sal un momento. Hablemos aquí afuera.

—¿Cómo me encontraron? —insistí. El sujeto miró hacia su vehículo con una expresión de impaciencia y luego me lanzó una sonrisa forzada.

—No fue fácil. Algunas personas informaron a las autoridades que te vieron en la Colonia Tovar en compañía de unos "extraños individuos". Y, mira tú qué casualidad, apenas llegamos a la Colonia nos informan que un grupo de cuatro adolescentes reportaron que una chica, la cual antes había sido vista contigo, les robó su vehículo usando un arma de fuego.

Me eché a reír.

Los ogros, después de todo, no eran tan inteligentes.

—Están equivocados —le respondí con voz ácida—. Nosotros no nos robamos nada. Ni siquiera tenemos un... —entonces, antes de que terminara de hablar, me acordé que justo debajo de mi asiento había un arma de fuego. Tras esa revelación todo vino a mi mente de sopetón:

¿Dónde estaban los dueños del carro?

¿Cómo era posible que estuviésemos manejando hacia la Colonia Tovar si ellos estaban en la escuela de parapentes?

¿Cómo había conseguido Ada que ellos, unos desconocidos, le prestaran el vehículo?

¿Estarían ellos de acuerdo con que yo, un albino inexperto y casi ciego, estuviese manejando su carro?

Fulminé con la mirada a la Trillisa y ella bajó la cara.

Mierda.

El ogro no estaba mintiendo. Ada había...

Me tapé la cara con las manos.

Esto no podía estar pasándome a mí.


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