Part 15

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Sábado: 5:47pm

—Tú sabes perfectamente qué pasó ese día. Todo el mundo sabe lo que pasó ese día.

—Pero nadie lo sabe tan bien como tú. Nadie conoce los detalles tan bien como tú —se inclinó hacia mí—. Tú estuviste allí. Tú lo viviste. Eso es lo que quiero, Áaron, que me digas cómo se sintió estar inmerso en un accidente como ese.

Domingo: 2:59pm

Había tantas cosas que quería decirle; no, decirle no, gritarle. Había tanto que quería hacer. Había demasiados pensamientos en mi cabeza. Demasiadas emociones.

No hice nada, sin embargo.

Estaba inmóvil. Estaba afónico. Estaba pasmado.

Estaba petrificado en la misma posición fetal vergonzosa que había mantenido los últimos cinco minutos y en la que probablemente me quedaría un buen rato más.

¿Ada?

Ella, por el contrario, reía como una niña en un parque de diversiones. Tenía la cabeza apoyada en el volante, sus manos envueltas en su cintura y sus ojos cerrados.

¿Cómo podía la Trillisa estar disfrutando de algo así? Hice un recuento de lo ocurrido para ver si le encontraba al asunto esa parte graciosa que ella sí había encontrado:

Nos dirigimos hacia el precipicio.

Yo grité.

Ada frenó y rotó el volante con tanta vehemencia que el Mustang trazó una circunferencia de casi 360° sobre una loma de tierra que había detrás del muro de contención.

El vehículo chocó fuertemente contra el muro, destruyendo el retrovisor externo que estaba en la puerta del piloto y agrietando la ventanilla de ese mismo lado.

El choque nos sacudió de tal manera que la cabeza de Ada impactó contra la ventanilla.

Ella no gritó de dolor, pero yo sí grité porque, por alguna extraña razón, sentí como si el golpe me lo hubiese dado yo.

Eso era todo.

No había nada gracioso en el asunto.

Estábamos vivos de milagro.

—No más "ogros" por el resto del día —balbuceó mientras contenía las risas—. Somos libres otra vez —me besó en el cachete, se llevó la mano a la cabeza y encontró un rastro de sangre que limpió luego con su suéter muy tranquilamente. Después empezó a reír de nuevo.

Estaba loca. No había otra explicación.

Y yo, al no ser capaz de evitar sentir ese amor inquebrantable por esa chica desquiciada, estaba loco también. No había otra explicación.

Así que me eché a reír también.

"No te rías, Áaron" me decía mi moral, mi dignidad, mi juicio, pero mandé todo a la mierda. Me eché a reír al mismo ritmo ruidoso y descontrolado que Ada. "Deja de reírte" me seguía diciendo mi subconsciente, mas no le presté atención.

Ciertamente no había nada divertido en ese momento, quizás mis risas no eran más que el resultado de una rebeldía contenida desde hacía mucho tiempo; quizás eran el daño colateral de tanta burla porque, mirando en retrospectiva, en mi vida no había nada gracioso.

¿Qué tenía de gracioso que tres albinos nacieran en una misma placenta?

¿Qué tenía de gracioso que una persona gastara toda su infancia encerrado en cuatro paredes por culpa de una condición genética?

TrillisasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora