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Sábado: 8:47am
Tras horas de haber leído y releído el periódico me obstiné. Agarré el desorden de hojas y las arrugué todas en una masa amorfa y densa. Le di varios golpes, la arrojé al suelo, la pisé varias veces, la escupí y, por último, le proferí toda clase de insultos. Después que desahogué toda mi frustración la lancé en el bote de basura y salí del baño lanzando la puerta tras de mí.
Domingo: 3:44pm
—Me gustó mucho tu obra, la que hicieron aquí temprano —comenté. Ella me clavó la mirada y esta vez percibí, aparte de su belleza sobrenatural, un brillo que no supe si era de anhelo, de confusión o de miedo.
—¿En serio?
—Sí.
Una vez habíamos llegado a la Colonia Tovar nos habíamos encaminado directo a la Plaza Bolívar, donde Ada y los gemelos habían interpretado su maravillosa obra horas atrás. Los chicos del Mustang se despidieron de nosotros con abrazos y besos, sin olvidarse de tomar mi número telefónico para acordar lo de los cuatro carros nuevos que les debía.
La Colonia estaba desolada. Muy pocas personas transitaban las inclinadas calles. Incluso en la plaza se mantenía esa baja concurrencia de turistas. No nos molestamos en averiguar qué carrizos había pasado porque la verdad era que nos sentíamos mejor así, sin tanta gente alrededor.
Habíamos encontrado a Manchas, el del atuendo extraño y las manos blancas, en una esquina de la plaza interpretando una canción con una guitarra negra que recostaba de su pierna. No lo saludamos. Nos sentamos en uno de los bordes a contemplar el encapotado cielo gris, el cual dejaba pasar algunos rayos de luz solar que adornaban la Colonia.
—¿Sabes? —me estampó un beso en el cachete—, existe una remota y diminuta probabilidad de que tú y yo... —cortó la frase de golpe y miró hacia otra dirección.
—¿De que tú y yo qué?
—Tengo que decirte algo primero —Ada contempló sus guantes y recogió sus piernas hacia su pecho—. ¿Fernando te contó por qué lo obligué precisamente a él a que te convenciera de que vinieras con nosotros?
—Me dijo que sabías algo vergonzoso acerca de él.
—¿No te dijo qué era eso tan vergonzoso?
—No, y tampoco quiero saberlo. —La verdad era que sí me daba algo de curiosidad saberlo pero a estas alturas ya consideraba a los gemelos como amigos. Invadir su privacidad con lo que la Trillisa tuviese que contarme me parecía indebido.
—Te lo voy a contar de igual manera porque quiero hacerte una pregunta al respecto después —se pegó más a mí y entrelazó un brazo con el mío—. Sucede que una noche me quedé en la casa de los gemelos porque creo que estábamos haciendo una tarea, estábamos viendo una película o... no me acuerdo qué coño estábamos haciendo. En fin, esa vez Alejandro no estaba, tampoco recuerdo por qué. Resulta que como a las ocho de la noche llegó Teresa, la novia de Alejandro, para traerle un trabajo que le había imprimido a su novio, pero como él no estaba fue Fernando quien la recibió. Yo me quedé en el cuarto por un rato pero luego, chismosa que soy, no aguanté la curiosidad y me acerqué a la puerta de entrada. Cuando me asomé vi que los descarados se estaban besando como perro tomando agua. Y en ese peo duraron un rato. Luego ella se despidió de su "supuesto" novio y se dirigió hacia la puerta. Fernando la sostuvo por una mano, la miró con cara de pendejo y le pidió disculpas por haberla engañado, pues el muy desgraciado le había hecho creer que era Alejandro.
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Trillisas
RomanceNada salió como esperaba... pero, después de todo, ¿Qué es la adolescencia si no un repentino cambio de planes?