Part 20

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Sábado: 6:25pm

—Me gustaría conocer a tus hermanos —me había dicho antes de irse—, hacerles algunas preguntitas.

—Imposible. Ellos nunca salen del apartamento.

—Sácalos, entonces —y me apretó una última vez. Luego empezó a caminar hacia donde estaba su tío—. Trae a Áagun el próximo sábado.

—No sé si venga el próximo...

—Tú siempre vienes —me manifestó con autoridad—. Además, tienes que venir—. Me lanzó una sonrisa y después se perdió en el mar de gente que había en el centro comercial.

Domingo: 6:25pm

A pesar de todo lo que había pasado, las cosas volvieron a la normalidad en el autobús de las maravillas.

En un momento dado Dayana me había tomado una foto y me había dicho, en un tono de voz más alto del necesario:

—¡Saliste hermoso!

—¡Es verdad —le confirmó Mariángel, quien se había colocado al lado de ella para ver la foto—, saliste hermosísimo!

Carolina también se había puesto de pie para ver la cámara y, con la mitad de su dedo índice metido en la nariz, dijo:

—Estoy completamente enamorada de ti, Áaron. Eres un ángel de carne y hueso.

Poco a poco todas las chicas habían empezado a ver la fulana foto y a gritar como locas:

—¡A mí también me gusta mucho como saliste, Áaron!

—¡A mí también, eres demasiado bello!

—¡A mí me encanta!

—¡A mí también, siempre me han gustado los chicos de piel clara!

—¡Y a mí me derriten sus ojos!

—¡A mí me gusta cómo sus gruesos labios rosados destacan es su cara!

—¡Ay, a mí también me fascina eso!

—¡Eres bello!

—¡¿Pero qué les pasa, sucias?! —les había gritado Miguel a todas, poniéndose en medio del pasillo y caminando como una auténtica modelo de televisión—. ¡Áaron es mío!

Tras ese destape homosexual había empezado una batalla de "es mío" por todas partes. Yo no había comprendido cuál era el motivo de semejante disparate hasta que Ada, quien se había puesto de pie, se había limpiado unas gruesas lágrimas y las veía a todas con unos ojos asesinos no aguantó más el bochinche y tomó la bolsa de panes que estaba en los primeros puestos y empezó a arrogárselos en las caras a todas las mujeres. Miguel también recibió un cañonazo en el rostro que lo tumbó al suelo del pasillo.

—¡Los panes no! —había gritado Ronald, pero todos parecían muy entretenidos con su guerra de panes como para prestarle atención.

La inocente Milagros, quien se había auto-considerado fuera de juego, recibió también un impacto en la frente que la dejó inconsciente en los brazos de Benito.

Y así, mientras todos estaban riendo y batallando con los panes, supe que las cosas habían vuelto a la normalidad.

Supe que la Trillisa volvía a ser ella misma.

Supe que ella, quien no podía darse el lujo de perder el poco tiempo que le quedaba con lloraderas ni frustraciones, volvía a reír y a disfrutar el día con sus amigos los locos.

TrillisasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora