Part 17

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Sábado: 6:10pm

—Hay otra pregunta que quiero hacerte.

Ninguno de los dos había osado interrumpir el silencio hasta que las lágrimas no estuvieron secas por completo y nuestros ojos ya habían perdido el tono escarlata.

—¿Otra? —me quejé.

—Sí, otra —abrió su cuaderno rosado otra vez—. Esta será la última, lo prometo.

—Aleluya.

—Pero tienes que ser muy honesto.

—¿Acaso no lo he sido hasta ahora?

—Bueno, corrijo: tienes que ser minucioso. Quiero saber hasta el más mínimo detalle. Aquí voy...

Domingo: 3:58pm

Apenas vi el autobús de las maravillas me bajé del vehículo y salí corriendo hacia él. Unos desconocidos, tras ver que yo no quería devolverme a Valencia con ninguno de ellos, se habían ofrecido para darme la cola hasta el lugar donde estaban los locos. Habíamos llegado en un abrir y cerrar de ojos.

—¡Gracias! —les dije por haberme traído. Los desconocidos no me respondieron. Todavía estaban molestos por la dosis de insultos y berrinches que yo había soltado en la plaza. No le di mucha importancia a eso.

El autobús, para mi sorpresa, estaba rodeado de policías barrigones y con cara de pocos amigos. Supe que no eran ogros porque estaban uniformados. Los gemelos eran los únicos que estaban afuera del vehículo, discutiendo con los oficiales. Cuando los vi de cerca sentí un alivio cuya causa no logré descifrar. Quizás, más que amigos, los imaginaba como una familia.

—¡Ahí está! —dijo Fernando señalándome—. ¡Ahí viene Áaron! ¡¿Se los dije o no se los dije?!

—¿Qué sucede? —le pregunté cuando los alcancé. Todos a mi alrededor me clavaron la mirada.

—Estos tipos no nos creen que estábamos esperándote. Piensan que estamos locos.

Contuve las ganas de reír. Era sorprendente como mi mal humor podía desvanecerse tan rápido en presencia de ellos.

—¿Conoces a estos jóvenes? —me preguntó el más barrigón de los policías. Por su forma de hablar deduje que él era el de mayor autoridad.

—Sí.

—¿Y estás solo? —el barrigón miró a mi alrededor, seguramente buscando a los ogros.

—No, no estoy solo, estoy con ellos —señalé a Fernando y a Alejandro. Los gemelos chocaron las manos y les hicieron gestos de suficiencia a los policías.

—Estos chicos han estado causando problemas aquí en la Colonia todo el día —me lanzó una mirada inquisitiva—. ¿Estás seguro de que quieres irte con ellos?

—Sí, seguro.

—Puedo enviar a dos de mis hombres contigo para que te acompañen en el viaje si así lo deseas.

—No, gracias. No creo que sea necesa...

—Al catire —me interrumpió una voz proveniente del interior del autobús. Acto seguido Miguel sacó un brazo por la ventana y señaló a un policía de piel y cabello claro—, dile al catire que se venga con nosotros. No me molestaría que fuese uno de "mis hombres".

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