Part 18

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Sábado: 8:51am

Salí del apartamento sin responder las preguntas de mis hermanos. Al final del pasillo toqué el timbre que estaba al lado de una puerta con un "19" de metal incrustado en la madera. Mi vecino salió sin camisa y con un paño cubriendo la parte inferior de su cuerpo. Le entregué varios billetes, como de costumbre, y me dispuse a salir del edificio.

—¡Espera! —me llamó mientras contaba el dinero—. Mañana no puedo comprarte el periódico.

—¿Por qué? —averigüé. No me sorprendía su negatividad. Cualquier persona en su sano juicio se terminaría cansando de despertarse todos los días a un cuarto para las 5, bajar escaleras, comprar algún periódico local, subir escaleras y, asegurándose de que nadie lo viera, depositar la compra por debajo de la puerta de un vecino.

—Esta noche me quedo en casa de unos amigos. No sé cuándo regrese.

—Ok.

Esa era una buena excusa, por lo menos. Le di la espalda y salí del edificio lo más rápido que pude.

Domingo: 4:23pm

Ada y yo volvimos a discutir.

Esta vez el motivo había sido el vulgar mensaje de texto que ella había intentado enviarle a su novio.

—No necesito tu permiso —me había dicho —. Si a mí me da la gana de terminar con mi novio, lo hago.

—No lo hagas, por favor; por lo menos no de esa manera. ¿No te preocupa el daño que eso pueda hacerle?

—¿Daño? —se había echado a reír—. Qué daño ni qué nada, ese bicho es una rata. Apenas vea el mensaje se va a cagar de la risa, estoy segura.

La disputa había durado un par de minutos más hasta que a la final ella se puso de pie y se fue, dejándome solo en los últimos puestos.

Benito, Milagros y Dayana vinieron a acompañarme. Me hablaron de todas las cosas que habían hecho en la Colonia. Me hablaron de sus vidas. Me hablaron de todo. Reímos bastante hasta que se nos acercó uno de los locos que todavía no conocía y me dijo con una postura y una voz hostil:

—¿Tú hiciste llorar a Ada?

—¿Perdón? —Recordé que él era el que había estado sentado al lado de la Trillisa apenas yo me había subido en el autobús por primera vez. Él era el que me había mirado mal.

—Cuando Ada llegó al autobús estaba llorando. ¿Fuiste tú quien la hizo llorar?

—Eso no es asunto tuyo —le aclaré. No me agradó lo que dijo. No me agradaba él. Ni siquiera recordaba su nombre.

—Cualquier cosa que le pase a Ada es asunto mío. Es asunto de todos, mejor dicho. ¿Fuiste o no fuiste tú?

—¡Óliver! —gritó Víctor, poniéndose de pie de un brinco—. ¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco? —Lo agarró por el suéter y lo obligó a retroceder porque ya estaba casi encima de mí.

—¡Suéltame! —se zafó. Luego me lanzó una mirada de odio—. Te lo advierto: si la haces llorar de nuevo te la verás conmigo. Y a mí no me interesa quién seas.

Me puse de pie.

—¡Óliver! —gruñó la Trillisa desde lejos—. ¡No seas tonto, no existe hombre que pueda hacerme llorar dos veces en un mismo día! —Sus palabras calmaron un poco el ambiente. Yo me senté y él se fue a su puesto.

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