Incienso de San Valentín

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-Necesitaremos: huevos – miró la mesa – hecho; harina – volvió a mirar la mesa – hecho; azúcar, leche, mantequilla, levadura, ralladura de piel de limón y chocolate – enumeró con el lápiz para después tacharlos en la hoja de papal – perfecto. Pondremos en un recipiente la harina, los dos huevos, el azúcar, la leche, la levadura y la ralladura de limón para batirlo bien – dejó la receta en la mesa apartada de su zona de trabajo y siguió a rajatabla todos los preceptos.

Era un día fresco pero soleado y con una suave brisa que rodeaba toda la ciudad capital del país nipón. No era un día muy especial sino conocías la fecha en la que vivías, pues los grandes almacenes y las chocolaterías abrían sus puertas para la llegada de una masa considerable de gente para hacer las compras de San Valentin.

Este era el día, en el que los comercios dedicados a las parejas o amigos hacían su "agosto" después de navidad, deshaciéndose del stock sobrante para que los ciudadanos japoneses regalaran a sus seres queridos o conocidos los preciados obsequios dulces. Nadie se acordaba ya, de que se celebraban los años que hacía que un hombre murió apedreado por casar por la ley cristiana a aquellos paganos que se lo pidieran. Valentín había pasado a la historia convertido en un niño con pañales y tirando flechas con puntas de corazones.

Aun así, aun quedaba gente que no sucumbía a la compra compulsiva de suvenires para regalar a los demás. Solo un puñado de personas, reconocían el esfuerzo que hizo Valentín por aquellos paganos que querían que su amor fuera bendecido por otro dios que no era aceptado por su gobierno. Y como muestra de ese esfuerzo, algunos hacían sus propios chocolates para los seres queridos o personas allegadas a ellos; aunque no conocieran muy bien al tal Valentín.

Higurashi Kagome, era una de las almas caritativas que estaba haciendo la receta de su abuela para conseguir unas galletas de chocolates dignas de una reina. No es que estuviera haciendo el chocolate para su hanyou favorito –aunque todos sepamos qué sentimientos albergaba hacia él – sino que su amor caritativo iba más allá: le estaba haciendo los chocolates a Sota para que este se los entregara a su novia.

Nada tenía que ver, que Sôta la hubiera amenazado con contar a sus amigas que tenía tres novios – cosa que no era cierta – y que no iba a clase porque necesitaba tiempo para poder organizarse sin que ninguno de los tres supiera que existían los otros dos. Explicado así, parecía una locura pero… ¿Quién podía arriesgarse? Sôta Higurashi era capaz de venderle una nevera a un esquimal si se lo propusiera… era mejor no tentar a la suerte.

Por eso y por su gran amor hacia su hermano, se encontraba en esa situación, envuelta de harina hasta la raíz del cabello y mezclando unos ingredientes con la gran batidora que su madre había comprado recientemente. Pensó en coger unas cuantas para llevarlas al Sengoku… pero tenía un problema ¿Inuyasha podría comer chocolate? Sabía que los perros no podían comer dulce e Inuyasha era un mitad perro… desechó tal idea, no quería correr el riesgo de dejar ciego al único que podía acabar con Naraku… aunque la idea era tentadora…

-Una vez mezclado los ingredientes, añadir el chocolate y la masa en un molde y dejar al horno unos 25 min a 200º - Kagome siguió el procedimiento y cerró el horno. Puso el temporizador y se dirigió a la mesa para empezar a recoger el desperdicio que había creado.

Sôta vendría por la tarde a recoger las galletas de chocolate e irse a dormir a casa de Shin, vecino de Hitomi. Su abuelo y su madre habían decidido ir a visitar a su tía Nadoka dejándole la casa vacía hasta el día siguiente. Suspiró cuando tuvo todo recogido, estaría toda la noche sola y tenía la casa para ella. Sonrió traviesamente, podía ir libremente por la casa como hacía años, cantar, ver películas, leer… tenía una noche para ella sola y no la iba a desaprovechar.

Sôta llegó justo en el momento en el que las galletas estaban recién colocadas en la caja con las letras al revés. Agradeció a su hermana y se fue con la caja fuera de la casa, saltando y riendo mientras bajaba las escaleras del templo. Su hermano era todo un detallista, a parte de un chantajista de mucho cuidado. Volvió a sonreír y se dirigió a la bañera a por un merecido baño.

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