Posesivo

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Los ojos dorados miraban fijamente los castaños, tratando de distinguir algún sentimiento que no fuera dolor ni tristeza. Era algo imposible dadas las circunstancias, pero ella estaba tan rara sin la bonita sonrisa que la caracterizaba…

Kagome desvió la mirada, pasándose el dorso de una mano por la cara en un gesto delicado, para limpiar la que quería que fuera su última lágrima, aunque la chica sabía perfectamente que aquella no sería la última vez que lloraría por esa causa: era la despedida.

Naraku estaba muerto, la Joya había sido utilizada para salvar a Kohaku, el hermano de Sango, por lo que había sido purificada y despedida de la faz de la tierra.

Inuyasha no sabía muy bien por qué había seguido el aroma de la mujer hasta el árbol sagrado, haciendo las cosas aun más difíciles si cabe. La había encontrado acariciando la corteza, como memorizando algo que quería recordar para siempre. La había llamado suavemente por su nombre, con un tono de voz cargado de ternura y sí, de tristeza. Kagome se había girado de forma muy lenta, para quedárselo mirando con la misma mirada de nostalgia, a pesar de no haberse separado todavía.

El mediodemonio tampoco sabía del cierto por qué la había llamado. Lo único que quería era abrazarla con fuerza, hundir su rostro en el suave cabello de la mujer que amaba y quedarse así eternamente, aspirando su enloquecedor aroma y no separarse de ella nunca más.

La amaba. Había tardado demasiado tiempo en darse cuenta. Estaba enamorado, pero no de Kikyo, ni de su recuerdo. De Kagome. La quería, la necesitaba, como un adicto necesita la heroína.

- Kagome…-repitió, casi en un susurro.

La aludida se estremeció, al haber sido pronunciado su nombre de esa forma. Inuyasha había usado un tono de… Dulzura? Cariño? Amor, quizás? No, eso era imposible. El corazón del híbrido pertenecía a otra mujer a quien no llegaba ni a la suela del zapato.

Alzó la vista para volver a mirarlo, muy sigilosamente, como si tuviera miedo de lo que el joven podría decirle. Y es que… acaso podría estar más triste? Jamás se había sentido tan sola… y eso no era nada comparado con lo que le esperaba. Por qué la vida tenía que ser tan complicada? Por qué tenían que separarse? La respuesta era deprimentemente sencilla: no eran de la misma época, ella no pertenecía a esa era. Si se quedaba lo único que conseguiría sería sufrir más por su amor platónico. Lo mejor era irse, y dejar que Inuyasha fuera feliz con la mujer que amaba.

- Inuyasha…-suspiró, mordiéndose el labio a continuación para contener un sollozo.

Todo sucedió muy rápido. En poco más de un segundo se vio acorralada contra el árbol sagrado, su cuerpo entre el tronco e Inuyasha.

- Qué…haces?- preguntó, con la respiración entrecortada por la sorpresa y el corazón latiéndole a toda velocidad.

Él no respondió. Se limitó a mirarla fijamente, analizando sus posibilidades antes de actuar. Kagome le había dicho en una ocasión que quería estar a su lado, que no podía olvidarle pero… en qué sentido hizo esa confesión? Cualquiera podría sentir eso como amiga, no? Sin ser muy consciente de lo que hacía, acercó su rostro al de la muchacha. Como respuesta, recibió un jadeo de nervios y un estremecimiento por parte de ella, pero ésta no se apartó ni rompió el contacto visual.

- Qué haces?- volvió a preguntar la joven, con voz débil y las mejillas sonrosadas. No demostró deseos de apartarse ni de rechazarle, y aquello fue una señal más que suficiente para Inuyasha.

- Lo que debí hacer hace tiempo- se limitó a responder, en un susurro, y rompiendo la distancia.

Los labios masculinos rozaron los femeninos con infinita ternura. Una corriente eléctrica recorrió la espina dorsal de Kagome, quien no tardó en corresponder. Se besaron dulcemente, con movimientos suaves y lentos, disfrutando del momento. Se separaron al cabo de pocos segundos. Se miraron fijamente a los ojos.

One-Shot Inuyasha Donde viven las historias. Descúbrelo ahora