CAPÍTULO 39 SENTIMIENTOS

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Los días de suspensión de Cristian estaban por terminarse. Pasaba las tardes visitándole y en la escuela hablando con Mike.

Me agradaba poder nombrar o sacar a colación cualquier cita literaria porque él siempre la entendía tenia cierto placer hacia la lectura al igual que yo. Y eso me agradaba y mucho.

Los días se pasaron rápidamente cuando ya por fin teníamos devuelta a Cristian en la escuela, mi presentación a la universidad a tan solo cuatro días y una fiesta el sábado por el cumpleaños de una compañera, quien creo solo me invitó por qué sabía que de todos modos iría a hacerle compañía a Cris.

En las tardes cenaba normalmente con mis padres, incluso papá y yo salimos un domingo al único parque central que poseía este pueblo.

Me preocupa la graduación, las despedidas, alejarme de él, y muchas cosas más pero, ¿Qué sería de la vida si la viviéramos siempre pensando en lo que nos preocupa o asusta? Sería muy aburrida. Si, había cambiado las bases de mi pensamiento cuadriculado y perfeccionista entendía a diario que el secreto de una vida tranquila era mirar a través de las cosas simples que escondían magia.

¡Magia en lugares inesperados! Era lo que decía Cristian cuando tomaba una magnifica foto. Aún sigo sin encontrar mi propósito, pero eso no me hará caer ni frustrarme. Me he robado mucho tiempo pensando en tonterías, hiriendo mi físico y mi propia alma... era tiempo de abrir las alas a la vida y lanzarme de lo más alto del edificio sin temor a caer porque alguien me había enseñado a volar.

Y alcanzaba alturas inimaginables

Volvía, creía, soñaba.

¡Tenia fe!

¿Saben que era lo mejor? Que veía mi imagen en un espejo y no me interesaba pesar treinta y cinco kilos. No, la sonrisa rota de la chica en el espejo había desaparecido y era otra. El reflejo era otro mucho más completo. Organicé mis camisetas en el armario cuando el vibrar de mi móvil me avisó del mensaje habitual de Cristian a esta hora.

Tomé el celular revisándolo con tranquilidad mientras colocaba uno de los pantalones recién doblados en una de las cajoneras.

«¡Estoy afuera de tu casa con tu bicicleta!»

¡¿Qué?! Mis pensamientos opacaron la música suave que sonaba desde mi Pc, corrí hacia la ventana casi tropezándome con la mesa de estudio.

Lo vi sonreír en la oscuridad con mi bici a su lado. ¿En qué pensaba? ¿Acaso estaba loco?

—¿Qué haces aquí? —cuchicheé ruborizada.

—Vine a traerla —señaló a su lado y una sonrisa traviesa curvó su rostro.

Por suerte mis padres habían salido a una de sus cenas habituales de lunes por la noche. Lo único que tendría que evadir era a la chica que ayudaba a mi madre con las labores domésticas. En serio, ya este era el colmo de la locura, era eso lo que más me gustaba su impulso de cometer locuras de un momento para otro.

En el fondo me alegraba su presencia a todas estas él me había prometido conocer mi habitación algún día. Solo que, ¡¿Por qué ahora?!

Salí por la puerta trasera, tanteando el terreno para no ser descubierta.

—Tú estás demente —chillé entre dientes cuando salí al jardín.

Él soltó una suave risotada.

—Sí, claro, como si tú no lo hubieras hecho anteriormente.

Lo miré con los labios entreabiertos.

—Eso no tiene nada que ver —me quejé. Rió encogiéndose de hombros.

—Vale, solo vine a traerla si quieres me marcho enseguida —recibí la bicicleta de mala gana.

—No —musité entre dientes —para ser justos mereces conocer mi habitación, es parte del trato ¿no?

Volvió a reír con malicia y suspicacia.

—Dime que tienes un pasadizo secreto como yo.

—Lamento desilusionarte —sonreí sarcástica —pero tendrás que atravesar la sala de mi casa a hurtadillas. —le guiñé un ojo.

—¿Cómo? —Pareció sorprendido —tus papás... ¿no tienes prohibido verme?

Me carcajeé

—¿En serio? Tú, el chico "no me importa nada" "las reglas se hicieron para romperse" tiene miedo a entrar a mi habitación solo porque mis padres me tienen prohibido el trato contigo ¡que locura!

Él se mofó con desdén

—Muy chistosa, solo decía... pero bueno si quieres ganarte un problema.

—No seas bebé —le reté.

—Carola.

—Vamos —dije caminando hacia el cobertizo donde debía poner de vuelta la bicicleta.

—Esto es loco —musitó —te confieso que estoy nervioso.

Coloqué la bicicleta suavemente en el cobertizo. Le tomé de la mano mirándolo intentando darle confianza.

—Bueno —suspiré cuando giraba lentamente la perilla de la puerta trasera. —Confía en mi —musité —yo lo he hecho.

Abrí la puerta lentamente. Las luces de la cocina estaban encendidas Martha estaba allí. Aquí empezaba nuestro desafío y era atravesar la puerta sin que ella lo notase para después subir por las escaleras silenciosamente.

Fui a primera en atravesarla corriendo a toda prisa. Él me vio plantarme al otro lado del marco perplejo y nervioso. Le hice señas de que lo intentase, retrocedió dos pasos para tomar impulso y arrojarse con rapidez al otro lado. Contuve una carcajada cuando lo recibí entre mis brazos a sabiendas de que no lo habían descubierto.

—Vamos —susurré tomándole de la mano y llevándole a la planta de arriba. Me siguió muy silencioso y voluble.

Me detuve enfrente la puerta de mi habitación

—¿Tienes miedo aun? —me escuché burlona y un poco socarrona.

—Ya —se quejó con una enorme sonrisa surcando su rostro —. No te pases de pesada.

Reí bajito abriendo la puerta con cuidado.

—Bienvenido —susurré.

Sonrió ampliamente, observando con cautela todo mi escritorio organizado la cama bien tendida. Los libros limpios y ordenados.

—¿Tal como lo imaginabas?

Asintió con una sonrisa traviesa.

—Nada de sorpresas —miró fijamente una fotografía al lado de mi pc caminando hasta ella cuando se detuvo sorprendido. Éramos los dos juntos en la cafetería, él haciendo ademan de besarme y yo riendo nerviosa a la cámara. —¿Estás escuchando eso? —inquirió señalando la música que provenía desde el pc.

—¿Qué? —Enarqué una ceja —tu puedes escuchar a Taylor Swift y yo no puedo oír a Gym Class Hero ¿eh?

Esbozó una sonrisa silenciosa observando detenidamente la fotografía, era una de las que me había regalado la tarde en que fui a buscarle a su casa.

Se dio vuelta observando los cuadros de honor sobre las paredes. Los diplomas y un viejísimo retrato familiar.

—Es muy tú —dijo colocando la foto sobre la mesa nuevamente.

Me carcajeé. La canción en el reproductor de música cambio inundando mi habitación de la voz de Adam Levine en Stereo Hearts.

Él rió tarareando la canción. Observando cada uno de los libros. Y yo allí a su lado dichosa de estar en ese momento, de ser capaz de respirar, así fuese con dificultad pero lo hacía.

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¡Sonríe, Caroline! (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora