Treinta y ocho

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Pasamos horas caminando por el bosque de pinos. Asfixiante no define bien como es estar rodeada de pinos cubiertos de blanco. Alguien podría calificar el paisaje como hermoso, espléndido... probablemente alguien del Capitolio. Tal vez aquellos que viajen hasta aquí después de los Juegos como si esto fuesen las vacaciones que todo el mundo desea. Pero ellos vendrán bien abrigados... muy bien abrigados. Con sus abrigos de piel y sus extravagantes tocados. 

Selver encuentra algo cuando mis músculos tiemblan como fideos, mis huesos duelen a más no poder, las articulaciones están más rígidas que una barra de hierro y la sangre ya no corre por mis venas porque está congelada. 

Mi madre dijo que la nieve acaba con todo. Acaba con la vida e incluso con la esperanza. Los animales huyen de ella y las plantas perecen bajo su manto blanco. 

Creo que ella no se refería únicamente a este tipo de nieve. 

Selver avanza ahora dando largas zancadas hasta el lugar. Es increíble como ver algo agradable o deseado puede cambiar la forma de caminar de una persona. 

- Parece que vamos a poder cenar...- dice mientras comienza a tirar de un montón de palitos que están enganchados en algo peludo. 

Entonces lo veo. Un pequeño conejo de pelo grisáceo. Ha quedado atrapado en algo y... está muerto y tieso. 

- ¿Cómo crees que se ha quedado atrapado ahí?- le pregunto acercándome más al lugar y poniéndome de cuclillas en la nieve para observar más de cerca el intrincado lio que está deshaciendo Selver. 

- ¿No es evidente?- pregunta con una pequeña risa.- Se ha quedado atrapado en una trampa.

Me quedo un segundo pensando sin mover las manos de los nudos de la trampa. 

- Me voy a buscar madera para hacer una hoguera... trataremos de hacer fuego con unos palos...- comienza decir mientras se aleja por mi espalda. 

- ¿Es que no te das cuenta? Alguien puede haber colocado está trampa... puede ser una emboscada...- No me da tiempo a terminar la frase antes de escuchar gruñidos y sonidos espantosos. 

Cuando me giro noto como si un vómito inexistente subiese por mi garganta. Una trampa, pero no para conejos, sino para tributos... 

Selver cae de espaldas en la nieve agarrándose las tripas con las dos manos. Todo era tan bueno, tan bonito... pero nada es para siempre. El tributo del siete está de pie frente a mi, junto al árbol. Su hacha chorreando sangre por la punta y enturbiando la blanca nieve. Es un chico listo y sin duda sabe como moverse entre los árboles. Por no decir que en el distrito siete tienen este tipo de climas tan duros. Y por lo que he visto un experto con el hacha. 

Si el Capitolio quiere espectáculo, espectáculo le voy a dar. Nada de cuchillo, no le voy a otorgar a este chico una muerte rápida, fácil e indolora. Voy a hacerlo sufrir cada segundo de su lucha, hasta el final. 

Agito un poco la mano en la que tengo la espada para desentumecer la muñeca. El tributo del siete me lanza una mirada de depredador, esa misma mirada que me lanzó el tiburón en el cuatro. Enturbiada, llena de rabia. Ojos negros como el carbón que la pupila se pierde en el iris, y al contrario. Por un momento parece que todo el bosque está aguantando el aliento, a la espera de la acción. Yo siempre espero a que el contrincante sea el primero en dar el paso. 

 Ataca con todas sus fuerzas y ese es el problema. Ataca con toda su rabia, no con su cabeza. Lo que le cuesta una herida en el antebrazo. La segunda vez se lo piensa mejor, y como con Selver trata de atacar a mi estómago, seguramente la zona con la que se siente más cómodo. Bloqueo el ataque con la hoja de la espada y el metal contra metal provoca un eco en el bosque. El chico sabe librarse del bloqueo y tira de su hacha de vuelta. 

Está vez intenta atacarme por arriba, aunque no lo consigue porque alzo la espada y bloqueo de nuevo el ataque aunque a solo unos centímetros de mi cabeza. Un golpe así, con tanta fuerza y rabia, me habría partido el cráneo en dos. Aunque haya bloqueado el golpe el no se detiene y sigue empujando el hacha hacia abajo, lo que hace que mis brazos tengan que soportar toda su fuerza. 

Piensa, piensa... Seguro que tiene puntos débiles. 

Observo lo que puedo mientras sigo aguantando el hacha por encima de mi cabeza. El está concentrándose en la parte superior.... 

Justo antes de que pueda hacer nada retira la espada del lugar y se mueve rápidamente para asestarme un buen hachazo en uno de los dados de mi cuerpo. No muy profundo porque he logrado alejarme de él lo suficientemente rápido como para minimizar los daños. Aunque el dolor se expande por todo mi lado derecho. 

El tributo regodeándose en su victoria pierde la concentración lo que me da la mayor de las oportunidades. Primero alargo mi pierna y tiro de la suya hacia mi, lo que hace que pierda el equilibrio y caiga de espaldas en el suelo. En ese momento Kora Seasse abandona mi cuerpo, y da paso a alguien desconocida, porque Kora nunca sería capaz de matar a alguien a sangre fría. 

La espada corta el aire antes de clavarse en el corazón. Una muerte rápida, una muerte misericordiosa... Pero al fin y al cabo una muerte. He terminado con otra vida y nadie me ha otorgado el poder para hacerlo, nadie me ha nombrado verdugo del lugar. 

- ¿Eso es todo lo que tienes?- pregunto al tributo del siete que ya yace muerto encima de un manto de nieve. 

Por favor, espero que noteís la parte en la que hablo de la nieve. Recordad al presidente Snow. 

73º Juegos del Hambre (Todos los libros) TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora