Capitulo 23

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Katniss estaba sentada con su madre y sus hermanas meditando sobre lo que había escuchado ysin saber si debía o no contarlo, cuando apareció el propio Sir Plutarch Heavensbee, enviado por su hija, paraanunciar el compromiso a la familia. Entre muchos cumplidos y congratulándose de la unión de las doscasas, reveló el asunto a una audiencia no sólo estupefacta, sino también incrédula, pues la señora Everdeeen,con más obstinación que cortesía, afirmó que debía de estar completamente equivocado, y Johanna, siempreindiscreta y a menudo mal educada, exclamó alborotadamente: 

––¡Santo Dios! ¿Qué está usted diciendo, sir Plutarch? ¿No sabe que el señor Collins quierecasarse con Katniss? 

Sólo la condescendencia de un cortesano podía haber soportado, sin enfurecerse, aquelcomportamiento; pero la buena educación de sir Plutarch estaba por encima de todo. Rogó que lepermitieran garantizar la verdad de lo que decía, pero escuchó todas aquellas impertinencias con la másabsoluta corrección.Katniss se sintió obligada a ayudarle a salir de tan enojosa situación, y confirmó sus palabras,revelando lo que ella sabía por la propia Glimmer. Trató de poner fin a las exclamaciones de su madre y desus hermanas felicitando calurosamente a sir Plutarch, en lo que pronto fue secundada por Annie, ycomentando la felicidad que se podía esperar del acontecimiento, dado el excelente carácter de Cato y la conveniente distancia de Hunsford a Londres. 

La señora Everdeen  estaba ciertamente demasiado sobrecogida para hablar mucho mientras sir Plutarch permaneció en la casa; pero, en cuanto se fue, se desahogó rápidamente. Primero, insistía en nocreer ni una palabra; segundo, estaba segura de que a Cato lo habían engañado; tercero, confiaba en quenunca serían felices juntos; y cuarto, la boda no se llevaría a cabo. Sin embargo, de todo ello se desprendíanclaramente dos cosas: que Katniss era la verdadera causa de toda la desgracia, y que ella, la señoraEverdeen, había sido tratada de un modo bárbaro por todos. El resto del día lo pasó despotricando, y no hubonada que pudiese consolarla o calmarla. Tuvo que pasar una semana antes de que pudiese ver a Katniss sin reprenderla; un mes, antes de que dirigiera la palabra a sir Plutarch o a lady Fluvia sin ser grosera; ymucho, antes de que perdonara a Glimmer. 

El estado de ánimo del señor Everdeen ante la noticia era más tranquilo; es más, hasta se alegró,porque de este modo podía comprobar, según dijo, que Glimmer Heavensbee, a quien nunca tuvo por muy lista,era tan tonta como su mujer, y mucho más que su hija. Annie confesó que se había llevado una sorpresa; pero habló menos de su asombro que de sussinceros deseos de que ambos fuesen felices, ni siquiera Katniss logró hacerle ver que semejante felicidadera improbable. Possy y Lidya estaban muy lejos de envidiar a la señorita Heavensbee, pues Cato no eramás que un clérigo y el suceso no tenía para ellas más interés que el de poder difundirlo por Meryton. 

Lady Heavensbee no podía resistir la dicha de poder desquitarse con la señora Everdeen manifestándole elconsuelo que le suponía tener una hija casada; iba a Longbourn con más frecuencia que de costumbre paracontar lo feliz que era, aunque las poco afables miradas y los comentarios mal intencionados de la señoraEverdeen podrían haber acabado con toda aquella felicidad. 

Entre Katniss y Glimmer había una barrera que les hacía guardar silencio sobre el tema, yKatniss tenía la impresión de que ya no volvería a existir verdadera confianza entre ellas. La decepciónque se había llevado de Glimmer le hizo volverse hacia su hermana con más cariño y admiración quenunca, su rectitud y su delicadeza le garantizaban que su opinión sobre ella nunca cambiaría, y cuyafelicidad cada día la tenía más preocupada, pues hacía ya una semana que Finnick se había marchado ynada se sabía de su regreso.Annie contestó en seguida la carta de Delly Odair, y calculaba los días que podía tardar enrecibir la respuesta. La prometida carta de Cato llegó el martes, dirigida al padre y escrita con toda lasolemnidad de agradecimiento que sólo un año de vivir con la familia podía haber justificado. Después dedisculparse al principio, procedía a informarle, con mucha grandilocuencia, de su felicidad por haberobtenido el afecto de su encantadora vecina la señorita Heavensbee, y expresaba luego que sólo con la intenciónde gozar de su compañía se había sentido tan dispuesto a acceder a sus amables deseos de volverse a ver enLongbourn, adonde esperaba regresar del lunes en quince días; pues lord Snow, agregaba, aprobaba tancordialmente su boda, que deseaba se celebrase cuanto antes, cosa que confiaba sería un argumentoirrebatible para que su querida Glimmer fijase el día en que habría de hacerle el más feliz de los hombres.La vuelta de Cato a Hertfordshire ya no era motivo de satisfacción para la señora Everdeen. Alcontrario, lo deploraba más que su marido: «Era muy raro que Cato viniese a Longbourn en vez de ir acasa de los Heavensbee; resultaba muy inconveniente y extremadamente embarazoso. Odiaba tener visitas dadosu mal estado de salud, y los novios eran los seres más insoportables del mundo.» Éstos eran los continuosmurmullos de la señora Everdeen, que sólo cesaban ante una angustia aún mayor: la larga ausencia del señorOdair.Ni Annie ni Katniss estaban tranquilas con este tema. 

Los días pasaban sin que tuviese más noticiaque la que pronto se extendió por Meryton: que los Finnick no volverían en todo el invierno. La señoraEverdeen estaba indignada y no cesaba de desmentirlo, asegurando que era la falsedad más atroz que oír sepuede.Incluso Katniss comenzó a temer, no que Finnick hubiese olvidado a Annie, sino que sushermanas pudiesen conseguir apartarlo de ella. A pesar de no querer admitir una idea tan desastrosa para lafelicidad de Annie y tan indigna de la firmeza de su enamorado, Katniss no podía evitar que con frecuenciase le pasase por la mente. Temía que el esfuerzo conjunto de sus desalmadas hermanas y de su influyenteamigo, unido a los atractivos de la señorita Mellark y a los placeres de Londres, podían suponer demasiadascosas a la vez en contra del cariño de Finnick.En cuanto a Annie, la ansiedad que esta duda le causaba era, como es natural, más penosa que la deKatniss; pero sintiese lo que sintiese, quería disimularlo, y por esto entre ella y su hermana nunca sealudía a aquel asunto. A su madre, sin embargo, no la contenía igual delicadeza y no pasaba una hora sinque hablase de Finnick, expresando su impaciencia por su llegada o pretendiendo que Annie confesase que,si no volvía, la habrían tratado de la manera más indecorosa. Se necesitaba toda la suavidad de Annie paraaguantar estos ataques con tolerable tranquilidad. 

Cato volvió puntualmente del lunes en quince días; el recibimiento que se le hizo en Longbournno fue tan cordial como el de la primera vez. Pero el hombre era demasiado feliz para que nada le hiciesemella, y por suerte para todos, estaba tan ocupado en su cortejo que se veían libres de su compañía mucho tiempo. La mayor parte del día se lo pasaba en casa de los Heavensbee, y a veces volvía a Longbourn sólo con eltiempo justo de excusar su ausencia antes de que la familia se acostase. 

La señora Everdeen se encontraba realmente en un estado lamentable. La sola mención de algoconcerniente a la boda le producía un ataque de mal humor, y dondequiera que fuese podía tener por seguroque oiría hablar de dicho acontecimiento. El ver a la señorita Heavensbee la descomponía. La miraba con horrory celos al imaginarla su sucesora en aquella casa. Siempre que Glimmer venía a verlos, la señora Everdeen llegaba a la conclusión de que estaba anticipando la hora de la toma de posesión, y todas las veces que lecomentaba algo en voz baja a Cato, estaba convencida de que hablaban de la herencia de Longbourn yplaneaban echarla a ella y a sus hijas en cuanto el señor Everdeen pasase a mejor vida. Se quejaba de elloamargamente a su marido. 

––La verdad, señor Bennet ––le decía––, es muy duro pensar que Glimmer Heavensbee será un día ladueña de esta casa, y que yo me veré obligada a cederle el sitio y a vivir viéndola en mi lugar. 

––Querida, no pienses en cosas tristes. Tengamos esperanzas en cosas mejores. Animémonos conla idea de que puedo sobrevivirte. 

No era muy consolador, que digamos, para la señora Everdeen; sin embargó, en vez de contestar, continuó: 

––No puedo soportar el pensar que lleguen a ser dueños de toda esta propiedad. Si no fuera por ellegado, me traería sin cuidado. 

––¿Qué es lo que te traería sin cuidado? 

––Me traería sin cuidado absolutamente todo. 

––Demos gracias, entonces, de que te salven de semejante estado de insensibilidad. 

––Nunca podré dar gracias por nada que se refiera al legado. No entenderé jamás que alguienpueda tener la conciencia tranquila desheredando a sus propias hijas. Y para colmo, ¡que el heredero tengaque ser el señor Collins! ¿Por qué él, y no cualquier otro? 

––Lo dejo a tu propia consideración.  

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Muy bien dos capitulos por hoy xD

Y les tengo una triste noticia. No actualizare la siguiente semana ya que estare ausente por cosas familiares xD, pero regresare con un maraton para cuando regrese 

Bye 

Orgullo y Prejuicio (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora