3- fingir

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Fingir.



He estado pensando en lo que me he metido, llamé a Ana para pedir su consejo, es la única chica en quien confío.



—Amiga, te aconsejo que es buena idea casarte con él por negocio; bueno ya aceptaste, pero te apoyo en esa decisión. Sabes que no podrías conseguir treinta mil dólares ni ahorrando por cinco años. En mi opinión, daré todo mi apoyo para que todos crean que ustedes han mantenido una relación —Me dice Ana. Yo agacho mi cabeza con ese sentimiento de dolor que agoniza muy lento dentro de mi. No sé como soportaré a Thomas.

—Pero sabes que lo odio; tendré que ser fuerte, yo siempre quise casarme por primera vez con el hombre que amara de verdad, perder mi virginidad con el amor de mi vida, pero por lo visto este contrato dañará todos mis sueños y fantasías —respondo con cierto pesar. Ella se cruza de brazos y me mira con un gesto irónico, distingo algo de burla en su forma de tomar las cosas.

—¡Ay Julia! ¡no seas tan ingenua!, ¿que sucede si te enamoras y pierdes tu virginidad con él? —mis ojos se agrandan por la directa forma de preguntarme algo que jamás pasará.

Le lanzo una almohada en su propia craa negando ante ella.



—Jamás... Yo jamás sería tan tonta como para entregarme al chico que odio, al chico que con solo verlo me produce asco —grito y ella rie a carcajada.



—Pero si al principio te gustaba —bufó riendo.



—No, eso era porque pensé que era un chico simpático y caballero, pero es un patán detectable —oculté mis ojos con la almohadas. Estoy terriblemente asustada por estas mentiras que tendré que fingir ante todos.







—Entiendo, sabes que cuenta conmigo para los preparativos de tu boda —siguió con sus bromas y terminamos en guerra de almohadas.





Ana sin duda es la mejor amiga que he podido tener. Ella es un año menor que yo, o sea tiene veintidós años. Es pelinegra, ojos marrones y es... Una enana... bueno, le digo enana no porque lo sea, si no porque combina con su nombre; aunque lo acepto, es mas pequeña que yo.



En el rato que ambas jugamos, ella me dijo que debía marcharse, y me despedí acordando vernos luego.





Me encontraba en el sofá, tranquilamente analizando la estupidez que cometí, el timbre de la puerta empezaba a sonar a tal punto de hacer que mis tampanos explotaran. Me levanté molesta yendo a abrirla. Sé que es el tonto que está tocando.



Y de haberla abierto, comprobé mi teoría.



—Hola, ¿qué quieres? —pregunté con un tono de aburrida.



—Te quiero a ti. —lo miré seriamente —. ¡Es broma!, recuerdas que desde hoy comienza nuestra falsedad, por lo tanto, esta noche cenaremos junto, y así nos tomamos fotos. A la ocho vengo por ti —me dijo con total autoridad como si yo fuese su muñeca de trapo.





—¿No tengo opciones? —él negó con su cabeza, y no me quedó de otra que aceptar. —. Esta bien, adiós idiota— le cerré la puerta en la cara y camino para tomar mi cámara; creo que con ella nos podemos tirar las fotos, aunque también deben verse reales y no fingidas, tales como: selfies, abrazos, besos y ternuras, entre otras mierdas que no quiero hacer.





....





—Quizá el tonto me lleve a cenar en un restaurantes elegante, por lo tanto me pondré algo elegante pero no tan llamativo. — me dije a mi misma en voz alta al observarme en el espejo.



Hasta que la herencia nos separe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora