17- esposos desastrosos

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Si se pudiera asesinar con la mirada, creanme que este idiota estuviera muerto. ¿Cómo se le ocurre dormir detrás de mi y pegarme su cochinada en mi espalda?

—Julia, no puedes irte sola y andar así allí abajo, créeme que pueden estar vigilando nuestras maneras de comportarnos, debemos estar juntos.

—¡Me importa tres hectárea de verga! —le saco el dedo del medio y el frunce el ceño.

—Ah, con que a eso juegas.

De pronto se abalanza hacía mí, dejándome caer en cama y ahora está encima de mi cuerpo. Empiezo a lanzar patadas y golpes, pero él es más fuerte y me toma las dos manos para luego colocarlas encima mi cabeza.

—No harás lo que quieras —dice y con una mano me sostiene y con la otra alcanza un cargador que hay en la Cama. Trato de safarme y no puedo. Estoy tan enojada.

—¡Déjame!

El infeliz me amarra por las muñecas y logro lanzarle una patada en su abdomen, eso no le causó nada porque une mis piernas e hace el mismo proceso.

—Así te ves mas bonita —dice riéndose de mí. Le escupo y se limpia.

—Asquerosa. Ya se lo que haré.

Busca algo en su bulto de equipaje y veo que saca una cinta adhesiva.

—¡No te atrevas Thomas! ¡Te denunciaré por maltrato!

—Yo te denunciaré por loca.

Me saca la lengua y me tapa la boca con la cinta.

—¡Hmmm hmmm! —la voz no me sale con la cinta puesta. ¡Lo odio!

—¿Que me amas? Ay gracias —besa mi frente.

—¡Hmm hmm!

—Yo también te quiero, hermosa. Ahora me ducharé. Espera tranquila aquí y nos vamos juntos.

—¡Hmm hmm!

—Si, yo también te adoro, pero deja de ser tan cursis, que me empalagas.

Maldito, esta me la pagas.

El muy idiota que aún está en bóxer, se lo quita frente a mis ojos para que yo vea su trasero.

—Lo irónico de los dos, es que yo tengo más culo que tú —se burla moviendo su trasero y ruedo los ojos.

¡Qué asco!

Volteo a mirar a otra parte cuando ha dado la vuelta. Que no se atreva a acercarse porque lo denuncio.

—Al menos has comprobado que no lo tengo como un maní, como dijiste aquella vez.

Cierro mis ojos porque obviamente no le miraré eso.

—¡Hmm!

—Ingenua.

Escucho el portazo de la puerta y abro los ojos al instante. Se ha ido al baño. Busco la manera de quitarme el cargador de la mano y no se puede. Pienso y llevo mis manos hasta mi boca logrando quitar la cinta.

—Maldito Thomas.

Muerdo el cargador y libero mis manos, luego mis pies. Cuando por fin logro salir de cama y quitarme todo eso, me largo fuera de la habitación.

No pretendo tolerarlo.

Bajo por el ascensor y salgo hasta la recepción, algunos me miran desde la oficina de atención al cliente. Sin importancia sigo caminando hasta encontrar un bar y un restaurant. Tomo un plato y empiezo a llenarlo de todo lo que veo, como si la comida de este lugar tuviera fin en mi estómago.

Hasta que la herencia nos separe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora