27 -cambio radical.

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—¿Si?, pensé que dormías —me dijo girándose a mi. Yo me elevo un poco hacía a él para iniciar con el juego.

—No he podido conciliar el sueño. Es extraño, pero cuando no estás aquí, esta casa se torna fría, sola y... me da mucho miedo —bajé la cabeza fingiendo pena y angustia.

—Creo que enfermarte te afectó las neuronas.

Y así es como se apaga la llama al tres por uno.

—No puedo decirte nada, ni siquiera puedo confiarte nada de mi, porque lo tomas en chiste —volví a girarme haciéndome la ofendida.

—Perdón, pensé que estabas bromeando. Es que ya no sé cuando hablas en serio y cuando no —tocó mi hombro y lo moví en señal de que no quiero que me toque—. Ya Julia, de verdad, dime que me tenías que decir.

—Es que quiero que tomes en serio  lo que digo —me giro y lo miro fijamente—. Yo me sentí muy sola.

—¿Me extrañabas? —me mira pícaramente y lo empujo dándole un golpe al pecho, pero sin lastimarlo.

—Creo que... —lo miro fijamente, casi encima suyo. Él frunce un poco su ceño y sonríe nervioso—. ¡Te haré guerra de cosquillas!—Empecé a hacerle cosquillas y él se defendió haciéndome lo mismo, me subí encima suyo para tomar el mando.

—¡No, basta Julia! ¡te haré pagar esto! —aumentó el ritmo de sus dedos sobre mis costillas y me contraje recibiendo todas las emociones en mi cuerpo. Me tumbó y siguió haciéndome cosquillas.

—¡Ya basta ya, que duele! —me reí con cada cosquilleo.

—Si me dices que me quieres, me detengo.

—¡No, basta ya! —mi cuerpo se tensa;  él mantiene una pierna por encima de la mía y la otra casi en el centro, y eso me está afectando. Está a un punto de frotarme a donde no debería.

—¡Dilo!

—¡No, ya por favor! —mi voz sonaba a llanto pero era que no deseaba decirle eso.

—Seguiré.

Volvió a hacerme cosquillas y ya no aguantaba más.

—¡Te quiero! ¡Ya basta!

Dejó de hacerme cosquilla y todo se volvió un silencio. Me miró fijamente y trago seco.

—Dilo de nuevo —me pide, pero me niego silenciosamente. Él por instinto natural dirige sus ojos a mi bata, y cuando nota mi escote y lo sensual que me veo, se torna rojo—. Wao, ¿Por qué tan sexy?

Trago saliva nuevamente, debo saber que decir o que hacer para confundir su mente.

¡Tú puedes Julia!

—Yo... no sé, me... me siento cómoda así.

Él sonríe con su mirada pícara y lleva su mano a mi mejilla.

—Es increíble, pero te ves muy... sexy, debo aceptarlo.

Bien Julia, prepara el plan.

—Gracias —miro sus labios para iniciar el modo: seducción. Él mira los míos con deseo.

Me desea.

Lentamente voy tomando la iniciativa acercándome, él también se acerca.

—Me sentí... muy sola, sin ti —susurro con un tono de sensualidad.

—Perdón por... —suspira, esta vez sus ojos se dirigen a los mios—, por llegar tarde, pero... aquí estoy.

Estamos rozando nariz con nariz, mirándonos fijamente.

Hasta que la herencia nos separe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora