8- celos y tensión

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¡Me está besando!

¡Él pendejo me está besando!

Intento no seguir el juego, pero acepto sus besos, y no entiendo la razón. Sólo fue un beso corto, pero mis ojos se mantuvieron cerrados.

—¡Que lindos! —la exclamación de la tía me hizo reaccionar de un respingo. Abro los ojos y él me está mirando fijamente.

Le lanzo una mirada de odio y volvemos a mirar a su tía.

—Aquí dejo el desayuno, les daré privacidad, seguro la necesitan. —pone cara de pervertida y me asquea de imaginar lo que ella está pensando.

¿Será loca?

Ella se retira y cierra la puerta.

—¡Que asco! —grité, saliendo de la cama y corriendo al baño. Tomo mi cepillo e inicio a cepillar mi boca y lengua.

—Si, como no. No finjas, se que te gustó, a pesar de que no me había cepillado —dice y lo miro por el espejo asqueada, expulsando todo el liquido de mi boca. Nuevamente empiezo a cepillarme hasta que se me vaya ese mal sabor—. Hazte a un lado —me empuja con su cadera y lo miro molesta.

—¡Aguántate pendejo! —le grité, y él toma el cepillo y la pasta.

—Necesito limpiar mi boca, no me gustan que me besen cuando no se cepillan.

—Pero si fuiste tú, ¡ahhhhh!

Tomo paciencia y me regreso al cuarto. No lo soporto.

No puedo creer que deba dormir otro dia más aquí, pero no pienso quedarme en esta casa, me iré a pasear sola, aunque no conozco nada.

Aquel idiota se encerró a bañarse tomando mi turno, pero yo no pienso ducharme aquí.

Tomo mi bata y me la pongo, luego abro la puerta y saco mi cabeza, observando que no haya nadie por el pasillo.

Debo entrar en el baño de visita.

Corro hasta el baño, cerrando apresurada en cuanto logro entrar.

—Uf, que alivio —susurro.

Me volteo y lo que me veo me deja en pleno estado de sorpresa.

—¡Ay no! —no evito gritar.

Cierro los ojos, porque he visto a Saul semi- desnudo, a punto de entrar a la ducha.

—Lo siento —me excuso.

—Mierda —se lamenta—. Discúlpame por dejar la puerta abierta, no pensé que...

—Lo siento. —me volteo de nuevo y abro la puerta para irme, pero me encuentro con el idiota en el pasillo. Lleva su toalla envuelta en su cuerpo.

Frunce el ceño al mirarme, dándome una advertencia con esa mirada.

—¿Qué haces allí? —preguntó, dudoso.

—Nada, solo quería ducharme ya que me robaste el turno —dije nerviosa.

—¿Y por qué acabas de salir sin ducharte? —se acerca achinando sus ojos.

—Oye, se te quedó... —dijo  Saúl detras de mí. ¡Mierda!

—¿Qué? —inquiero, asustada.

—¿Esa es su braga? ¿Qué carajo hacías con mi novia? —le gritó Thomás acercándose y quitándole... ¿mi braga?

¡Mi braga! ¡Mierda!

—Lo siento, es que ella...

—¡Dame eso, Thomas!

Él se aleja y mira la braga, luego levanta sus cejas y me mira a los ojos.

Hasta que la herencia nos separe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora