Después de varios días sin verle me encontré con mi padre en casa por la mañana. Probablemente habría venido más días mientras nosotros estábamos en el colegio.
Toda la casa olía a alcohol pero gracias a Dios no había vomitado en ningún sitio.
Empecé a preparar unas tostadas a mis hermanos con mantequilla y mermelada. Cuando me di cuenta de que sobre la mesilla de la cocina se encontraba la cartera de mi padre.
No esperaba que hubiera ni un solo billete, pues probablemente se los habría gastado todos en alcohol pero me sorprendió una tarjeta que sobresalía de la cartera.
No era su tarjeta de crédito pues su diseño era distinto, pero me era familiar.
La cogí con cuidado leyendo los dígitos.
Aunque los recordaba de memoria.
Esa secuencia de números.
Salí de la cocina y entré en mi habitación. Con cuidado di la vuelta al gran cuadro del mar que colgaba de la pared y entre las tablas de este comprobé con alivio que allí se encontraba la tarjeta de crédito.
La cogí y me cercioré de que no me estaba equivocando, que la secuencia de números era la misma que la de la tarjeta que tenía mi padre.
Algo raro pasaba.
Salí de casa con un mal presentimiento y me dirigí a la parada de bus más cercana.
La única sucursal bancaria de la ciudad que todavía tenía un cajero automático estaba bastante lejos del barrio. Estaba en una zona que no había sido muy castigada por las bombas.
Las cajeros automáticos en el exterior de los edificios eran un peligro pues eran un plato de lujo para los numerosos ladrones que estaban siempre acechando, así que decidí ir a la sucursal donde había un cajero automático con bastante más seguridad.
Miles de preguntas de agolpaban en mi cabeza.
¿Por qué tenía mi padre una tarjeta de crédito igual que la mía?
Mi tarjeta de crédito era la única que mi madre había hecho me lo dijo muy claro. Era un dinero para la educación de mis hermanos y mía, y si teníamos mucha necesidad.
Había pensado varias veces en sacar dinero de la cuenta para comprar comida cuando la señora Camiruaga me echó.
Y también ahora que los alimentos iban a subir de precio e iban a ser mucho más difíciles de conseguir.
Si mi padre tenía un duplicado de mi tarjeta, eso no podía ser bueno.
Llegué a la sucursal bancaria que estaba bastante cerca de la parada del autobús.
Por supuesto esa zona se había convertido en una de las más seguras y más caras de la ciudad.
Los pisos estaban muy bien conservados, había varios supermercados, la sucursal bancaria y otros servicios bastante exquisitos.
Estando en esa zona casi te olvidabas de que el resto de la ciudad estaba prácticamente en ruinas por la guerra.
Entré en la sucursal y me dirigí al único cajero automático que quedaba. Había una mujer sacando dinero que me miró con desconfianza varias veces mientras terminaba de sacar dinero. Noté metía la mano en su bolsillo y agarraba un cuchillo de cocina que no llegó a sacar.
Era una advertencia.
Se fue del banco guardando el dinero dentro de su abrigo al igual que la tarjeta de crédito.
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El Soldado Del Viento
Teen FictionFinales de la Tercera Guerra Mundial. En una España completamente desolada por la guerra, los soldados americanos invaden cada rincón de las ciudades. Y en una pequeña ciudad cerca de la capital española no es una excepción, varios soldados se encue...