Capítulo 26

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—¿Quién eres? ¿Quién te ha enviado? —preguntó Karen a su agresor, con voz firme y autoritaria, pero éste permaneció en silencio—. ¡Vamos, contesta! ¿Para quién trabajas?

El recelo con el que aquella maldita enana no paraba de mirarle, con esos fríos y punzantes ojos negros, provocaría a una persona ordinaria los más profundos escalofríos. No se trataban de unos ojos cualesquiera, no; eran unos ojos vacíos, impávidos. Los ojos propios de un asesino sanguinario. La intrusa, por su lado, sabía muy bien quién era la persona a la que estaba provocando. Por ello no paraba de analizarla, de permanecer alerta y preparada.

"Ya lo sé. Sé que no debo hacerlo. Sé que le dije a Raku-chan que no podría ayudarlo, y sé que no estoy en posición de intervenir a favor de nadie. Sé que no debo entrometerme en esta decisión tan difícil que Chitoge-chan ha tomado, y estoy consciente de los problemas que podría ocasionar si lo hago. Pero si algo le llegara a pasar a Raku-chan o a Tsugumi-chan, yo... ¡Por favor, Ie-chan, te lo ruego! Sólo tienes que ir y asegurarte que las cosas no se salgan de control. No te estoy pidiendo que los ayudes directamente ni que comprometas al Char Siu en este conflicto. Tan sólo te pido que vayas y cuides que no les pase nada. Te lo suplico..."

"La familia Benedetti —pensaba la minúscula asesina de oriente, luego de aquella fugaz remembranza de las palabras de su señora—, Actualmente, ellos no son más que una panda de escorias inservibles sin valor ni orgullo. Pero esta mujer... esta mujer es peligrosa. Si no la mantengo a raya, ellos podrían pasar por serios aprietos."

La atmosfera entre las dos asesinas se fue tornando con cada segundo más y más densa. En cualquier momento una de ellas podría hacer su jugada. Quizás un segundo de distracción o menos que eso era todo lo que una de ellas necesitaría para asesinar a la otra; por tal motivo no paraban de analizarse mutuamente, cautas, escrupulosas; estudiándose con suma prolijidad, listas para responder ante la más leve señal.

—Muy bien —exclamó Sanguigna, harta de esperar la repuesta que jamás llegaría—, si así es como lo quieres, entonces te obligaré a que hables.

Acto seguido, se lanzó hacia su oponente con la misma potencia de una bala de cañón. Justo cuando parecía que su ataque sería frontal, se esfumó en el aire. Y apareció, en menos de un instante, detrás de la intrusa, con su Magnum Rhino apuntándole a escasos centímetros de la nuca. Disparó a quemarropa hasta tres disparos, pero, para su sorpresa, la misteriosa intrusa ya se había dado la media vuelta y, con un par de cuchillos mariposa, bloqueado las balas. El contraataque no se dejó esperar: tres cuchillas salieron disparadas de las holgadas mangas de la túnica de su oponente; mismas que ella apenas y logró evadir agachándose. Una de ellas, sin embargo, logró cortar el costado de su boina, dejando al descubierto parte de su rojísima melena.

De pronto sintió como algo frío y duro se iba ciñendo a sus pantorrillas: una cadena, cuyo otro extremo era sujetado firmemente por el enemigo. Advirtió, además, que ahora su atacante sostenía, en el otro brazo, una enorme lanza de gruesa y curvada hoja, que quién sabe de dónde se la había sacado pues ésta debía medir al menos el triple de largo que aquella enana que ni siquiera llegaba al metro de estatura. Aprovechándose de que ahora no podía moverse, su atacante saltó varios metros en el aire y se arrojó hacia ella con la clara intención de ensartarle la punta de la lanza en la cabeza. Pero Karen rompió la atadura de sus piernas a base de pura fuerza bruta, y se hizo a un lado justo a tiempo. La gruesa cuchilla terminó enterrada en el suelo de roca.

Su portadora ya ni tuvo tiempo de sacarla de ahí, pues le fue menester esquivar las balas que la temible sicario de los Benedetti le disparó una tras otra. En el momento de quedarse sin munición, Karen, en un abrir y cerrar de ojos, desenfundó otra de sus armas: un revolver Raging Bull 454 Casull, cuyo calibre era tan potente que le resultaba inverosímil a su rival que dominase sin problema el retroceso de la pistola con una sola mano. La pelirroja corría de un lado a otro, esquivando las cuchillas del rival, que parecían infinitas, sin dejar de disparar; mientras que con la mano derecha guardaba su Rhino y pasaba a empuñar su tercera pistola: una Desert Eagle modificada, con silenciador. La diminuta intrusa se sacó de sendas mangas de los brazos dos enormes sables Dao, los cuales cruzó para protegerse de las balas. Con cada impacto las hojas se fueron abollando; por poco y quedaron hechas trizas.

En mi mundo. (Un fic de Nisekoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora