Capítulo 11

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Si Jensen había creído que aquel jueves en el que Jared se marchó fue el peor día de toda su vida es porque no sabía cómo de jodido iba a ser el siguiente.
Era viernes y, por supuesto, Mackenzie había hecho planes para pasar el día con Will y unas amigas. Estuvo a punto de cancelarlo todo por culpa del estado súper depresivo (como ella misma había comentado) de su hermano, más éste no se lo permitió.
Pensaba realmente que prefería estar solo.
Bueno, cuando Mack se fue después de desayunar se dio cuenta de que no era así...
Todo en aquella estúpida casa le recordaba a su Jay.
La veía muchísimo más grande, demasiado grande para una sola persona... Extremadamente vacía y falta de vida.
Vio la televisión, llamó a Samantha para revisar su agenda, ordenó el armario, limpió el baño y las escaleras y, con gesto satisfecho miró el reloj. Solo eran las dos y media del mediodía y ni siquiera le apetecía comer.
Sin saber por qué las lágrimas se le agolparon en los ojos.
¿Qué estará haciendo Jay ahora? Pensó y, rápidamente, intentó borrar esos pensamientos de su niño de la cabeza.
Había sido suficiente con todo lo que había tenido que pasar el día anterior.
Los celos empezaron a comerle cuando imaginó a Jared posando desnudo junto a Tom Welling. Incluso, estuvo a punto de tirar la lámpara de pie por la ventana cuando chocó con ella en el salón.
Por ello, se había prometido a sí mismo que, aquel viernes de su vida no iba a dedicar ni un segundo a recordar a Jared.
Hasta el momento iba bien, solo había tenido que regañarse unas quinientas veces, iba superándolo.
Fue a la cocina para coger una cerveza y, entonces la visión de su botella de whisky Glen Grant de dieciséis años que usaba para momentos especiales llamó poderosamente su atención.
En un arrebato, tomó un vaso, un par de hielos y cogió la botella mientras se decía a sí mismo que esta era una de esas ocasiones especiales.
Necesitaba olvidar ergo, necesitaba emborracharse, mínimo usaría un licor bueno para ello.
Allí sentado en la sala, repasando sus últimas películas porno a todo volumen en el sofá, al tiempo, que un vaso tras otro de alcohol rodaban por su garganta abrasándola, le pareció que el tiempo pasaba mucho más rápido, lamentablemente, solo era una ilusión.
Al par de horas miró el reloj y, por su puesto, marcaba las cuatro cuarenta y ocho...
Sabía que Jared grababa a las cinco y, de repente, los nervios pudieron con él. Un fuerte ataque de ansiedad le hizo dejar la botella sobre la mesa mientras su corazón bombeaba a todo trapo y el aire parecía no querer llegar a sus pulmones.
Jadeó intentando respirar, lloriqueando en silencio sobre el sillón cuando todo aquello fue pasando.
Solo podía pensar en su pequeño con ese tipo, en sus fuertes manos recorriendo un cuerpo que no era el suyo, en sus ojos gatunos clavándose de manera apasionada en los de Tom mientras lo penetraba con su increíble polla que, por cierto, solo tenía un dueño y, ese, era él, nadie más.
Deseó por un segundo localizar el sitio del rodaje para aparecer allí y llevarse a Jared aunque fuera a rastras.
Los desesperantes minutos siguieron pasando... Su llanto no cesaba ni un poco y, después de una noche sin dormir, el efecto sedante del whisky y el escozor en los ojos debido a las lágrimas, calló profundamente dormido cómo lo hace un niño pequeño tras una rabieta.
Las pesadillas volvieron a asediarle. La primera fue, como no, aquella recurrente que tenía en la que veía como Jared se alejaba de él sin mirar atrás mientras que sus labios y su cuerpo parecían estar inmovilizados.
Quería seguirle, quería gritarle... Rogarle que no se fuera, que se quedara a su lado pero, sin embargo, por mucho que lo intentaba, no podía hacer más que quedarse ahí parado, observando cómo el amor de su vida se marchaba.
Las siguientes que le sucedieron a ésta, fueron más bien recuerdos de la pelea que tuvo con Misha cuando le dejó y de las miradas que otros actores le dedicaban riéndose de él por su inocencia.
Pero la que más daño le hizo de todas fue la última en la que Jared lloraba al tiempo que le gritaba que lo odiaba y que se alejara de su vida para no hacerle más daño.
Desesperado y gritando se despertó. Estaba bañado en sudor y de sus ojos, llenos de legañas, caían sendas lágrimas gruesas y extremadamente dolorosas.
Su móvil estaba sonando. Se dispuso a cogerlo pero, cuando llegó, ya era muy tarde.
Las ocho y cuarto, leyó en la pantalla del aparato antes de desbloquearlo y, entonces, lo vio: trece llamadas perdidas, todas de Jared. Preocupado fue corriendo a devolverle la llamada pero empezaron a tocar al timbre de la puerta de forma insistente.
Corrió hasta la puerta para abrirla y encontrase con su chico que lo miró de arriba abajo con preocupación para, luego, lanzarse a abrazarlo.

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