Capítulo 5

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Estaba en el baño lavándome las manos cuando escuché que Lola gritaba frenéticamente en el parque. Al segundo, mamá llamaba a papá de igual modo. Miré fijo el espejo, contemplé mi reflejo fantasmagórico y supe inmediatamente lo que estaba sucediendo.

Joaquín estaba en casa.

Mi corazón galopó a niveles insospechados, mis músculos se endurecieron como piedras; permanecí inmóvil, con todos mis sentidos paralizados.

Después de 12 años de dudas, sueños, pesadillas y demases, estaría nuevamente frente a él: al amor de mi vida. Era idiota si lo negaba. Bueno...si un extraño me lo preguntaba, lo negaría hasta morir, pero decirme que no a mí misma, era un absurdo.

Con él había conocido el amor en todas sus facetas: todo comenzaría como un juego, como algo inocente. Porque éramos hermanos ante la vista del mundo entero, menos para nosotros mismos.

Nos peleábamos, nos amigábamos, nos volvíamos a pelear y nos volvíamos a amigar; ese subibajas de emociones juveniles típico de hermanos se veía en nosotros y estábamos a gusto con ello. Era el modo de sobrevivir a nosotros mismos. Los dos teníamos muchas cosas en común, pero también una manera diferente de abordar las cosas. Yo era histriónica, alegre, gritona y muy, pero muy, insistente. Él sin embargo era silencioso, serio, siempre hablaba correctamente, nunca decía improperios y jamás se enojaba.

Excepto conmigo.

Su descarriada hermanastra.

Se acostumbraría a mi forma de ser irremediablemente y lo conseguí gracias a ¿qué? A mi insistencia.

Durante su adolescencia sería distinto, me trataba mejor, éramos compinches, y disfruté mucho la sensación de tener un hermano mayor y protector. Siempre había soñado con alguien que me defendiese de los chicos mayores que quisieran aprovecharse de mí, como en su cumpleaños de dieciocho.

Ese día, lo vi tan furioso que creí que le rompería la nariz a Manuel de un puñetazo. Diego, "el Gordo" estaría para salvar la situación. ¡Menudo quilombo se le armaría a Joaquín si llegaba a pegarle a ese nabo! Sin embargo, no sería más que un apretón en su mandíbula.

En ese momento confirmaría mis mayores temores; me estaba enamorando de él.

Y no era justo.

Vi muchas novelas en las cuales existían amores imposibles, historias inverosímiles en los que los protagonistas se enamorar y después descubren que tal vez son hermanos porque el padre de uno de ellos, es en realidad el padre del otro, y esa clase de trenzados de ficción que terminan en un cuento feliz.

Nuestro caso era inverso. No sólo nos criamos como hermanos desde mis cercanos cinco años, sino que nuestros padres nos trataban como iguales, dándonos las mismas oportunidades y poniéndonos los mismos límites. Ni siquiera de ese modo, aprenderíamos la lección.

Joaquín despertaría en mí una curiosidad adolescente, que creí, sería solo eso. Él era mi chico ideal, y cualquiera que pusiese a su lado para hacer una comparación, saldría perdiendo. Ninguno estaba a su altura, simplemente, porque no era él.

Su andar sexy, su pelo mojado cuando salía de la pileta tomaba un color distinto a ese rubio oscuro ondulado heredado de Claudio y ni qué hablar de sus ojos, ese azul que jamás vi en otro chico que no fuese él, eran parte de mi inventario mental.

Él adoraba comer kétchup y ponerle queso cheddar a las hamburguesas, le gustaba más la Pepsi que la Coca Cola y aunque me lo ocultara, sabía de memoria la letra de un par de canciones de Christian Castro. Las cosquillas surtían el mismo efecto en él que en mí; no parábamos de reírnos, pero pocas veces nos las propinábamos en público. Joaquín era bastante tímido en ese aspecto y yo no quería disgustarlo, prefería no privarme de su magnífica sonrisa antes que exponerlo.

11.050 ( Once Cincuenta): Vuelo al pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora