Capítulo 17

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Unas horas de descanso me devolverían algo de color; mi cuerpo entero necesitaba relajarse un poco después de tanta tensión.

Salí de la casa rumbo a lo de Donato y Eloísa. Donato Parra era un buen hombre, que vestido como un gaucho andaba de un lado al otro entregando directivas en la mitad del campo. Lo observé de brazos cruzados sin entrometerme en su discurso: los peones escuchaban sus órdenes, algunos de los cuales, empuñaban las correas de los caballos, de pie a su lado. Ejemplares magníficos, sin duda alguna.

Nunca entendí nada de animales, ni siquiera cuando veía la televisión con Virginia, porque en ese momento compartido junto a ella, me concentraba más en registrar la emoción que se reflejaba en su cara que en el modo tierno en que vacunaban a los cachorritos de panda asiáticos.

─ ¡Buenos días, Don Joaquín! ─ hice visera con la mano al oír su voz; con la intensidad de la luz del sol sobre mis ojos, agité la palma.

─ Buenos días Donato. Buenos días a todos ─el resto de los muchachos respondió a mi saludo educadamente, sacándose las boinas en un gesto patronal que me avergonzaría.

─ Eloísa tiene el desayuno listo, puede ir a comer algo si quiere.

─ ¿Mi hermana ya se levantó? ─ debería acostumbrarme a llamarla así ante el resto del mundo si pretendíamos avanzar en dirección recta. Yo siempre la mencionaba por su nombre de pila. Ni siquiera le decía Gigi como todos.

─ Estaba por los establos, revisando a una de las yeguas.

Levanté el pulgar en señal aprobatoria y avancé varios metros hasta encontrar el galpón de las yeguas madres, donde encontraría después de recorrer varios boxes, a Virginia acariciando a una de ellas.

─Buenos días ─ saludé y se sorprendió al verme. Un tenue reflejo de luz solar se coló por el techo, iluminando su rostro, como si ella acabase de descender del cielo.

─Hola Joaquín ─sonrió de oreja a oreja. Estar rodeadas de animales era su sitio preferido en el mundo─ . Rubí, saludá a Joaquín ─ hablándole a la yegua como si fuese una persona, logró que ésta revoloteara su larga y brillosa crin─. Buena chica ─ la acarició apoyando su mejilla en el rostro del animal. Pasó su mano por el pelaje sedoso y oscuro del caballo.

Sacudió sus manos en sus jeans desgastados con naturalidad, avanzando hacia mí.

─¿Desayunaste?─ le pregunté, pasando por alto su comportamiento de la noche anterior.

─ Sí. Me levanté más temprano, la resaca no me dejó dormir mucho─ frunció la boca de lado y entrecerró un ojo, en señal de queja.

─Está bien ─me desilusioné ya que tenía la esperanza de que lo haríamos juntos─ .Entonces voy a lo de Eloísa.

─Puedo acompañarte de todos modos─asentí ante su propuesta. Parecía más relajada y ya no olía a desinfectante ni a vino. Por fortuna, el olor a bosta del establo aun no la habría absorbido entre sus garras.

Esquivando el sector del silo para raciones nos dirigimos hacia la casa de Eloísa y Donato, a un par de metros de allí, quienes nos esperaban alegres.

─Bienvenido señor Joaquín, me alegra conocerlo ─ diría Eloísa, una señora morena, petiza y regordeta que colocaba ante mí un enorme tazón de café con leche, un plato con pan francés tostado, muchos rulos de manteca y un frasco de vidrio con dulce de leche bien espeso.

─ Buenos días y muchas gracias ─ contesté frotando las manos, deseando degustar el pan con dulce. El olor de por sí me abriría el apetito; ayer ni siquiera habíamos cenado.

11.050 ( Once Cincuenta): Vuelo al pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora