Capítulo 10

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Mamá y papá no quisieron que los acompañásemos a Ezeiza, simplemente pensaron que lo mejor y más cómodo para ambas partes (ellos y nosotros) sería despedirnos en casa y que se trasladasen un taxi.

Joaquín lo aceptó a cambio de ir a recogerlos a su regreso.

Habían pasado dos ya de nuestro beso en el garaje; ayer temprano él visitó a Diego, el Gordo, quien se había casado hace poco y ante su ausencia a la boda (que levantó gran revuelo con su amigo en ese entonces) organizarían algo con el grupo de chicos con el que mantenían contacto aún a la distancia.

Mi suerte, sin embargo, sería distinta: había acordado verme con Lisandro. Ambos decidiríamos a priori que no habría un mañana y tenerlo en claro para los dos, me aligeró la carga sobre los hombros. Una carga probablemente con matices de culpa ya que siempre sentiría que le era infiel a Licho.

Con la cabeza mucho más fría y a las luces de lo que sucedido dos días atrás, comprendí que en medio de nosotros siempre existiría la figura imaginaria de Joaquín; sistemáticamente yo lo traía a mi cabeza una y mil veces al pensar en qué hubiese sido de nosotros si no tuviéramos este pasado tan ligado en común.

Cosas y reflexiones con las que solía retorcerme una y otra vez en la cama, antes de ir a dormir.

Citándonos en Gluck Café, un bonito lugar cerca al departamento que compartíamos y a mi zona de trabajo alrededor de las 7 de la tarde, Lisandro estaba para el momento de mi llegada, un tanto acalorada por la demora del colectivo.

¡Maldito Pedro y su tardanza con "Bety"! Con respecto a ello, decidí que sin importar que fuese domingo, lo mandaría al mismo infierno si no me daba una fecha cierta para pasar a buscarlo. Mamá dijo que me lo entregaría a mediados de esta semana, después un viernes y así sucesivamente. Estaba harta que siga perdiendo días arrumbado en el taller mecánico.

─Hola ─ le sonreí a mi ex novio. Él respondió afectuosamente, con un abrazo sentido pero breve.

─Hola, ¿cómo andás? ─ Licho era bonito, morocho, de pómulos fuertes y pelo hasta los hombros. Lucía una barba de un par de días.

─Bien, con calor ─me acomodé en la silla abanicándome con la mano.

─Sí, está insoportable ─el calor y la humedad, temas recurrentes y comodines para comenzar cualquier charla que podía resultar incómoda ─. Disculpáme que te hice venir así, corriendo─dijo en alusión a su mensaje de la 15 horas de esa misma tarde, para estar poco después acá reunidos.

─Está bien, no tenía muchos planes tampoco ─ reconocí a mi pesar, con la torpeza de no poder pasar con facilidad la correa de mi cartera por sobre mi cabeza.

─Mirá ─comenzó a decir sin perder tiempo ─, esto es un poco raro ─moviéndose incómodamente en su asiento, parecía reprimir sus palabras sin asegurar cuáles. Hasta que no hablase, era difícil de adivinar.

Lisandro solía ser la serenidad personificada, un tanto bohemio, era cierto, pero excelente persona.

A poco de ponernos de novios, después de bastante tiempo de linda amistad, nos mudamos juntos; tal vez arengados por la enorme cantidad de horas que pasábamos estudiando para la Universidad. Él era propietario de un departamento en Martínez, cerca de la veterinaria en la que después conseguí trabajo y actualmente yo trabajaba, por lo que la comodidad de tener cerca mi empleo, era un punto a favor.

Me levantaba 30 minutos antes de entrar, caminaba un par de cuadras y ¡listo! Lo que vulgarmente se llamaba un gol de media cancha.

Él sin embargo no habría finalizado la carrera universitaria: su papá caería mucho tiempo enfermo, necesitando de su ayuda al salir del hospital (sus medios hermanos no colaborarían demasiado), desembocando en el abandono final de sus estudios.

11.050 ( Once Cincuenta): Vuelo al pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora