Capítulo 16

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Desconocía si la caja de Pandora se habría abierto en ese momento o ya estaba rota desde antes; solo era consciente que desde hace más de 12 años vivía en un infierno. Un calvario del que no quise ser protagonista sino que lo fui a la fuerza, tan sólo por enamorarme de la persona incorrecta.

Mejor dicho, la persona que la gente creía que lo era.

En ese punto, era tarde para lamentos, una llamada del sector de urgencia de una clínica de la localidad de Lobos nos giraba el foco de atención. Esta ciudad quedaba de paso a Saladillo, a menos de 120 km de Acasusso.

Tenía la cabeza tan confundida que sólo pretendía concentrarme en la autopista. Era de noche, lo que beneficiaba nuestro viaje porque no había mucho tráfico y el poco que encontramos, era fluido. Intenté no apretar el acelerador más de la cuenta sabiendo que Virginia le temía a las altas velocidades; ya lo experimentaría en la moto horas atrás y sinceramente, no era momento propicio para que estuviese nuevamente envuelta en un ataque de cólera. Iluminada por las luces de la autopista, la vi presionando con fuerza el apoyabrazos de su lado.

Por suerte, por la tarde yo lograría rescatar del taller de Pedro a "Beto"... "Bety"....al Ford Ka con crisis de identidad sexual, como decía Lola. Virginia habría estado tan alterada que ni siquiera registró su existencia en el garaje. Quería darle la sorpresa pero no había tenido tiempo siquiera. Ella saldría volando del allí enojada conmigo, por mi exceso de velocidad y mi riña con Diego.

Cuando se enfurecía era un huracán que arrastraba todo a su paso...y aun así, yo la amaba. Amaba que sus ojos celestes se disfrazaran de un color turquesa oscuro cuando la ira la consumía, definiendo unas chispas grises dispersas por su iris.

Amaba a esa pequeña veterinaria de gran temperamento y sensibilidad. Era mi vida, mi mundo. Y estaba a punto de perderla nuevamente, pero esta vez, para siempre. La idea me agobiaba, como un collar de ahorque.

Papá nos había puesto frente a una difícil encrucijada antes de lo previsto y mi lealtad hacia él era indiscutible incluso exagerada; tanto, que años atrás acepté dejarlo todo.

Virginia mantenía la mandíbula tensa, seguramente por su cabeza pasarían mil cosas, mil decisiones y de seguro, todas precipitadas. La conocía demasiado, estaría mortificándose tal como le pedí que no lo hiciera. Se mordía el labio inferior compulsivamente. Se lo lastimaría si seguía clavando sus dientes superiores en él.

Sabía que ante cada problema, ella escarbaba en su cerebro hasta encontrar una posible solución sin permitir que las cosas decantasen por sí solas; por el contrario, ella tenía que hallar una solución inmediata. Lucharía por conseguirla con la persistencia como herramienta madre.

No quise hablar mucho del tema, en ese momento preferí inspirar profundo y mirar hacia adelante.

Estábamos a metros del hospital, buscando direcciones entrecerrando los ojos, apoyados en el GPS de mi celular. Por lo que tenía entendido, papá iba a gran velocidad, habría perdido el control de la camioneta volcando finalmente pero salvándose de milagro. La camioneta quedaría destruida, y papá, con el cinturón de seguridad puesto, se aferraba a la vida.

─ ¡Es ahí! ─ rompiendo la barrera de mis pensamientos internos, Virginia extendió el brazo cuando vislumbró la clínica de internación.

Cerré el programa de localización por satélite, guardé mi celular en el bolsillo y tomé las camperas de la parte trasera del auto entregándole la suya a Virginia. Atravesamos una noche fresca de inicios de año, probablemente nos estaba dando un respiro del clima agobiante después del sábado de lluvia torrencial.

11.050 ( Once Cincuenta): Vuelo al pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora