24. Gestos

23 0 0
                                    

Narra Oliver

~26 de septiembre de 2012, 09:03~

Cuando me desperté, la luz ya entraba por la ventana de la habitación, la puerta estaba cerrada y Travis estaba sentado en el sillón, mirando el móvil.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunté, frotándome la cara con ambas manos.

—Desde hace un rato —respondió, guardando el teléfono.

—¿Y el entrenamiento?

—Lo he suspendido.

—¿Por qué?

—Quería venir aquí y así, les dejo un día libre a los chicos, para que superen el shock.

Se levantó del sillón y se acercó a mí, me cogió de la mano y se quedó mirándome.

—No hacía falta que vinieras a verme —dije, sonriendo.

Él me devolvió la sonrisa y se sentó en el borde de la cama, acariciando mi mano.

—¿De verdad crees que pasaría algo porque la gente lo supiese?

—No estoy seguro, pero sí lo creo. Dudo mucho que ninguno de mis dos padres vaya a llamar a ninguna agencia estatal, pero la denuncia la ponen —respondí cabizbajo. En el fondo, yo tampoco quiero tener que seguir ocultándolo.

—¿Quizás deberíamos preguntarle a Lina? Ya sabes que ella tiene la misma, o más, autoridad sobre ti que tus padres —sugirió con tranquilidad.

—Supongo, no lo sé —respondí, encogiéndome de hombros.

De repente, entró el médico, Travis me soltó la mano y se levantó.

—Oliver, vamos a darte el alta. Te voy avisando de que iré al Raimon una vez a la semana para vigilar que todo vaya bien —me dijo de carrerilla.

—De acuerdo.

Después de que me quitasen todas las vías, me vestí con la ropa que me trajo Travis; una camiseta de manga corta blanca, un vaquero ajustado azul claro, una sobrecamisa de color arena, unas zapatillas blancas y tanto el collar de mi madre como el anillo que me regaló él.

—¿Estás listo? —me preguntó con la silla de ruedas ya preparada.

—Sí... —suspiré con mala cara.

Me senté en la silla con dificultad y nos dirigimos hacia fuera, salimos del edificio y nos vimos envueltos en una nube de flashes, micrófonos y gente.

—¿Cómo te encuentras, Oliver? —preguntó uno.

—Bien —me limité a responder con media sonrisa.

—¿Pudiste reconocer a tu agresor? —preguntó cuando pasamos a su lado.

—No, no pude —continué respondiendo en la misma actitud. Travis se agachó y se detuvo al lado de mi oído.

—Qué poquito se nota que la silla de ruedas no te gusta nada —me susurró con sarcasmo.

No pude evitar ponerme a sonreír, no tengo muy claro si daba la sensación de que me había contado un chiste, o de que me había dicho lo típico que hace que te muerdas el labio. Lo que sí que tengo claro, es que se empezaron a oír más murmullos de los que ya se oían antes y se escuchaban todas las cámaras fotografiando. Lo que me espera mañana... estos tíos sacan cualquier cosa de contexto y aún por encima les doy motivos.

Llegamos a la puerta del coche de Travis, me senté en el asiento del copiloto y él cerró la puerta, luego guardó la silla de ruedas en el maletero y fue al asiento del piloto, se sentó y arrancó el coche.

Mi protegidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora