Capítulo 1: El conde misterioso

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Mentiras, glamour, misterio, pasión. Bienvenidos a Reino Unido en 1873; ¿Que sería de la alta sociedad sin el linaje que lo mantenía? Linaje por el que todos morían, y muchos morirían en el intento. Claro ese no era el caso de Victoria Browning, la joven castaña que se encontraba al final del salón, con su vestido rojo rubí, esperando, quizá, que alguno de los caballeros que allí la miraban detenidamente, la invitara a bailar. Hoy era un día especial, puesto que se celebraba que la mayor de las hermanas Hamilton regresara a la ciudad, y se rumoreaba, por boca de algunos de la servidumbre, que el viaje tuviese un regreso tan repentino que se debía a que se aproximaba un acontecimiento importante. ¿Una boda, quizá?

—¿Me concede esta pieza? —se acercó diciendo el joven Woodgate.

—No se si sería acertado para un joven que está a punto de comprometerse. —destiló la señorita Browning mientras le recibía el gesto y caminaban al centro del salón. Carlisle comienza los primeros pasos, y seguidos a estos, algunas parejas tomaron lugar en el salón y comenzaron a bailar.

—¿Cómo te has enterado? —pregunta Carlisle al oído de Victoria. Ella sonríe tontamente mientras mira a sus costados, esperando, que alguien se detuviera en aquél gesto y se diera cuenta que ahí la única pareja que debería anunciarse esa noche era la de ellos. Pero no sucedió. Las personas solo entendían que Carlisle y Victoria eran muy conocidos desde pequeños, ya que sus familias siempre fueron muy unidas, desde luego, no habrían de imaginarse lo que sucedía entre sábanas.

—Las mucamas no son de fiar, Carlisle. —respondió. —Quizás hasta me podrían responder el porqué de que ayer hemos dormido juntos, y hoy estás por anunciar tu compromiso.

—Mi padre ha considerado que la señorita Hamilton sería una buena esposa para mí. —atinó a decir.

—Claro, porque una persona como yo, hija de una viuda, no era una buena esposa para un Woodgate. —instó Victoria. Carlisle le da un último giro a la señorita por el salón y comienza a regresarla a su lugar.

—Deberías entenderlo, Victoria. —le susurró por último. Victoria sonríe a la brevedad, y le dirige a su alrededor una mirada encantadora, como si en los últimos cinco minutos no hubiese sido rechazada en medio del salón. Pero claro que ella no se daría por vencida, no había nada peor que una Browning empedernida.

Mientras tanto, subiendo las escaleras, arriba del salón, se encontraban las hermanas Hamilton preparándose para dar su primera aparición frente a la alta sociedad, después de haber pasado casi cuatro años desde que Gladys Hamilton se marchó a América a estudiar, después de que su padre se diera por exiliado a causa de una enfermedad y terminalmente muerto, dejandole todas sus riquezas a su mujer y a sus dos únicas hijas. Claro que Gladys había vuelto, y aunque su corazón aún no sentía empatía por el joven Woodgate, sabía que era su deber como hija mayor de las Hamilton. Su madre le había enseñado a ser una señorita ejemplar, y orgullo de la familia. Y como tal, sus responsabilidades estaban primero.

—¿Será el tal Carlisle lo que dicen que es? —suspiró Esme, la menor de las Hamilton. Su hermana, Gladys, estaba siendo peinada por la mucama Erin, que no podía evitar dar unos brincos de felicidad, al sentir en su interior, el notición que se avecinaba. Erin era toda una romántica, y desde luego, ella siempre ha deseado lo mejor para la familia Hamilton, que tan bien habían tratado a su familia al darle trabajo en el servicio.

—Por lo que se oye, es muy apuesto. —atinó a decir Erin mientras terminaba los últimos retoques del peinado de Gladys.

—No se me ha dado el placer de conocerlo. Mi madre me ha dicho que el viernes asistiremos a una cena de compromiso y quizás hablemos un poco con los Woodgate. Ahora mismo no creo poder hablar mucho con él por el anuncio del compromiso. —contó Gladys.

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