Séis días, séis días habían pasado desde su secuestro. El constante movimiento del navío comenzaba a volverse un hastío para Gladys. Comenzó a pensar si alguna vez volvería a reencontrarse con su hermana y su madre, ya poco le importaba su destino nupcial. Aunque no le gustaba pensar en esos extremos, hasta se agradeció de que su secuestrador no le había hecho nada. Pero claro está que ella no esperaría hasta que llegue el momento para poder escapar.
El movimiento del barco cesó por un instante. Gladys se levanta de la cama para así confirmar con los pies al suelo de que se trataba realmente de lo que ella pensaba. Y efectivamente así fue, lo que parecía ser un crucero sádico de su propio secuestrador, se detuvo. ¿Estarían en tierra firme? Se preguntó. Pero antes de idear cualquier plan de escapatoria, alguien golpeaba la puerta de la habitación.
—Señorita, ¿me permite el paso? —exclamó el menor de sus secuestradores, Heather, al otro lado de la puerta.
—¿Y si no lo hago? —replicó ella, pero sin obedecer a su contestación o esperar una respuesta siquiera, el joven había entrado a la habitación trancando la cerradura mientras que traía consigo un vestido con su mano izquierda. Gladys ignoró la presencia de aquél y atinó a decir; —Hemos arribado, ¿no es así?
El joven hizo caso omiso a la pregunta y prosiguió;
—Mi lord me ha ordenado que la prepare para la fiesta. —explicó mientras fundaba el vestido ante sus ojos.
—¿Una fiesta? ¿Y donde será la fiesta? —instó Gladys al ver el vestido mientras era tendido por Heather sobre la cama.
—Pues aquí, señorita. —aclaró el joven mientras se posicionaba junto a Gladys —.¿Alguna otra pregunta?
—No me ha contestado lo que le pregunté, ¿hemos arribado? —insistió.
—Tengo ordenes de mi lord de no darle información que no fuese necesaria. Por lo pronto vamos a dedicarnos a prepararla para esta noche.
—¿Acaso no es información necesaria que sepa si estamos en tierra firme o navegando sobre América?
El joven Heather le dedicó una sonrisa, pero insistió;
—Señorita Gladys, mi lord suele molestarse mucho cuando no se cumplen sus órdenes. Permitame ayudarla con el vestido —dijo aplomo Heather mientras se le acerca a lo que supone que sería ayudarla.
—¡No quiero que me ayudes con mi vestido! —espetó ella apartándose repentinamente.
—Señorita, solo estoy siguiendo órdenes. —volvió a decir.
—¿Órdenes de que? ¿De verme desnuda? ¡No necesito su ayuda!
—Le propondré esto, usted se pondrá el vestido, y me llamará cuando necesite que la ayude con el corsé. ¿Así lo prefiere? —mitigó.
Ella accede y en respuesta mueve la cabeza indicándole un sí. Heather abandona la habitación, sonando la llave de la cerradura al trancarse tras él. Sin lugar a dudar no había otra escapatoria.
Gladys prosiguió a ponerse el vestido, le costó debido a que desde que tenía conocimiento, o al menos desde que comenzó a usar vestidos de esa ímpetu, las sirvientas la habían ayudado. Comprendía entonces la insistente oferta del joven en ayudarla. Cohibida en su vergüenza, llamó a la puerta en ayuda;
—Quizás sí necesite de un poco de ayuda. —suscitó.
El joven volvió a entrar, pero esta vez sin trancar la puerta, acudiendo a ayudar a la damisela. Mientras la ayudaba con el corsé, sus manos rozaron la espalda de la joven Gladys, creando un ambiente tenso. Las mejillas de ambos se enrojecieron, pero ninguno de los dos lograba mirarse. Gladys elevó el pecho hacia el techo para poder entrar en el vestido, y finalmente lo lograron.
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Lazos
Ficción históricaGladys Hamilton regresa al Reino Unido después de haber terminado sus estudios en América. Por supuesto, no regresó porque quisiera, sino porque a Gladys se le ha asignado el deber que a todas las muchachas de su edad se les destinaba en 1873; casar...