Capítulo 29: ¿Quien es Howard Collingwood?

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Quien era Howard Collingwood, era la pregunta que todos los titulares esbozaban. ¿Quien era el joven que besó a Gladys Hamilton? Enunciaba en sus columnas el Londres Lite.
El beso había mancillado toda posibilidad de unión marital con Carlisle Woodgate. La festividad fue cuanto menos un bochorno. O así esgrimían las palabras de los periódicos.

A la mañana siguiente, Arthur Woodgate junto con Érica se habían presentado en la mansión Browning, para averiguar si allí se encontraba Carlisle, desaparecido desde la noche anterior y quizás más.

—Debo hablar con Carlisle urgentemente—le explicó entonces Arthur al joven Nightray.

—Siento que no puedo ayudarlo, Arthur. Lo más probable es que Carlisle esté en alguna de sus propiedades, cabalgando o con algunas mujeres—respondió despreocupado Allen.

—Él sabe que ustedes han vuelto. Le he escrito una carta para que se presentase a la velada de anoche.

—Pues no cambia las cosas, Sr. Arthur. Honestamente, no creo que Carlisle se atreva a venir.

—Pues ya sabes que ese jovencito tiene un enorme problema con tu esposa. ¿Crees que no intentará venir a verla? Lo dudo.

—Pues que lo haga, se encontrará con una gran sorpresa—espetó Allen.

—No seas altanero jovencito, bien sabes que tu matrimonio peligra y la cabeza de tu esposa rodará por los suelos finalmente por infidelidad.

—¿Esto es una amenaza? —inquirió Allen.

–No lo es. Pero que sepas, Nightray, que si tu esposa es quien está influyendo negativamente en Carlisle, será denunciada ante la iglesia Católica.

—No creo que busques que la cabeza de tu querida Victoria ruede por adulterio—esbozó tenaz la flamante esposa de Arthur, Érica.

Allen formó un puño con la mano izquierda pero no se logró a vislumbrar. Arthur y su esposa Érica ya estaban volviendo camino a su berlina para seguir con la búsqueda del joven Carlisle.

La hecatombe detrás del polémico beso entre Gladys y Howard había repercutido hasta en Elizabeth Hamilton, quien se encontraba dando un sermón a sus hijas por el disgusto ocasionado y haber mancillado la honra de las mujeres Hamiltons para que en su lugar, quedasen como unas míseras damas de compañía.

—No es adulterio si no hemos llegado a casarnos aún—intentaba explicar Gladys en su defensa.

—¡Aún si no lo fuera! Los hombres estarán dudando de tu virtud, ya no podrás encontrar un buen esposo —replicaba Elizabeth Hamilton.

—El conde Collingwood sí que está muy interesado—agregó Esme entre risas. Gladys sonrió por lo bajo.

—¿Y quien es ese tal conde? Los Collingwood tuvieron un terrible final, y jamás se había escuchado de algún sobreviviente—explicaba Elizabeth.

—Pues lo hubo. Evidentemente —acotó con epifanía Gladys —.Fue el único sobreviviente del masacre de los Collingwood, y fue llevado inmediatamente para vivir con sus abuelos paternos lejos de Londres.

—¿Y como es que ahora se presenta para cortejarte? —preguntó insistente Elizabeth.

—Por cartas—irrumpió Esme —.Al igual que mi cortejo con Damien Pierce.

Gladys la miró desentendida. No sabía que Damien Pierce se había presentado esa noche. Esme le guiñó un ojo.

—Solo espero que no arruinen la honra de su padre, que trabajó tanto en vida para que ustedes pudiesen educarse y ser buenas esposas—concluyó Elizabeth antes de marchar rumbo hacia su habitación.

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