Pronto estaba por celebrarse una de las más importantes festividades después del desafortunado destino que se llevó consigo a las jóvenes Hamilton's; la boda de Allen Nightray y Victoria Browning. Faltaban tan solo unos pocos días para que el pueblo londinense sea testigo de quizás, si todo marchaba bien, la unión que acabaría con la serie de mala racha que cubría a las parejas de Londres. Desde la desaparición de las Hamiltons, ninguna pareja había vuelto a casarse, o al menos en la ciudad. Los más enamorados optaban por escabullirse a las afueras a llevar celebraciones incluso más pequeñas y modestas. Pero esta vez todo iba a cambiar, una nueva pareja de enamorados terminaría con el manto de desgracias y abriría con amor las puertas a nuevos matrimonios a convenir. El amor de Allen y Victoria sería un nuevo comienzo. O eso al menos pensaba el Londres Lite en cuanto redactó su columna que titulaba ''¿El amor podrá cambiar el desafortunado de nuestro querido Londres?''
Victoria, por su parte, se encontró despertándose en la mañana junto con Carlisle, quizás por primera vez en sus vidas, vestidos. Y aunque la noche anterior el joven Collingwood había entregado en bandeja de plata su corazón a Victoria, como ella tanto soñó, para sus adentros sabía que pudo haber sido muy tarde. Victoria retomó rápidamente la postura en cuanto discernió la situación; estaba comprometida, y si su deshonra no fuera suficiente, se encontraba siendo llamada a la puerta por una de las sirvientas que había puesto la familia Nightray para su merced.
—¡No entre! —exclamó Victoria desde este lado de la puerta. Al otro le respondió una joven;
—¿Hay algún problema, Srta. Victoria?
—El único problema que podría presentarse es su despido. Me apetece arreglármelas sola hoy —respondió intrínseca.
—El joven Nightray estableció órdenes precisas sobre ayudarla a vestirse —respondió insistente la joven aparentemente apoyada en el quicio de la puerta.
—¡Pues entonces hablaré yo misma con Allen! —vociferó Victoria.
Para cuando la servidumbre dejó de insistir, Victoria dirige media vuelta para despertar a quien ya se había adelantado a despertarse por si mismo; Carlisle.
—No me has respondido ayer —espetó él —.Tu silencio solo me ha producido confusión. Victoria, esto es lo que hemos esperado toda nuestra vida.
—¿Toda nuestra vida? —replicó ella —.Lo que yo esperé toda mi vida, querrás decir.
—Nightray lo entenderá, él sabe que aún me amas, me lo ha admitido una vez. Y si no lo entiende, escaparemos. Puedes dejarle una carta...
—El problema no es Nightray —agregó ella.
—¿Y cual es el problema? —instó Carlisle mientras se levantaba de la cama y acudía a su cercanía.
Ella dio un paso atrás mientras se voltea a medias.
—El problema soy yo, Carlisle. Amo a Allen —atinó a decir.
Sus palabras fueron una daga en el pecho. A Carlisle le dolía lo que quizás nunca pensó que le dolería; el corazón. Había perdido lo que nunca se debe perder y lo que nunca nadie quiere perder. Había perdido lo único de lo que siempre estuvo seguro que tendría y a lo que podría regresar cada vez que las cosas se pusieran malas. Había perdido a Victoria. Entendió entonces que desde el momento que aceptó ser de otra mujer, la había entregado prácticamente a los brazos de alguien que sí la apreciaba; Allen Nightray.
Recordó entonces, que desde incluso manteniendo su amistad con él, Allen siempre había estado vislumbrado con Victoria. Le recomendaba a menudo que intentase con ella, que buscase conformarse. Le recordaba, lo mucho que ella valía. Y probablemente habría sido él quien había ayudado a despertar esos sentimientos. Tantas charlas hablando de Victoria, tantas anécdotas, tantas palabras que quedaron en el aire que alguna vez se las dijo, solo hicieron que el joven Allen despertara interés en lo que menos pensó que podría tener, en Victoria Browning. Y en cuanto la tuvo, fue inevitable no entregarle el mundo a sus pies. Allen para Victoria significaba tener el mundo asegurado, y Carlisle solo significaba incertidumbre.
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Lazos
Historical FictionGladys Hamilton regresa al Reino Unido después de haber terminado sus estudios en América. Por supuesto, no regresó porque quisiera, sino porque a Gladys se le ha asignado el deber que a todas las muchachas de su edad se les destinaba en 1873; casar...