La ciudad de Londres se encontraba en una de las mañanas más frías del año, y aunque el día solo se prestara para no salir de cama, el andar no se hacía esperar. Por lo contrario a como eran las cosas en Dunster, donde apenas se escuchaban berlinas y las calzadas parecían formar parte de un escenario dramático con la soledad de las calles. Claro que las hermanas Gladys y Esme no lo podían ver. Ambas estaban sentadas enfrentadas a sus secuestradores, con los ojos tapados con un trozo de tela que le rodeaban la cabeza, en una berlina para cuatro que iba por la ciudad, o eso podían identificar por el ruido.
Lo único que podían percibir sus oídos era el trajinar, pero aunque quisiesen adivinar, no sabían dónde se dirigían, ni de donde. Cuando Heather las había levantado, llevándole dos vestidos junto con sus respectivos tapados, apenas pudieron sentir que el barco se había dejado de mover. El joven se disculpó por la interrupción y les alcanzó dos telas negras sin emitir mayor detalle que el que se lo atasen a la cabeza. El resto, era incierto.
Gladys por su parte recordó que Howard le había dicho la mañana anterior que pararían en Dunster, con su insistente argumento de que debían buscar a su difunto padre. Claro de nada serviría saberlo, no conocían Dunster, y escapar no era una opción frente a sus hábiles secuestradores. Y aunque muy profundamente no quisiesen admitirlo, ninguna tenía demasiadas intenciones de hacerlo.
—Creo que para semejante viaje, hubiese sido más entretenido poder ver el recorrido —espetó Esme rompiendo con el silencio.
—Srta. Esme, créame que nada me hubiese complacido más que poder traerlas en un paseo por la ciudad. Pero me temo que no sería apropiado en estas circunstancias—respondió Howard en tono burlón.
Gladys se imagino a Howard sonriendo. Durante el tiempo secuestradas, comenzaba a conocer sus chistes y los gestos que lo acompañaban. Incluso le parecía que era un joven bastante agradable, pero luego se recordaba para sí, que estaban secuestradas y que eran asesinos. Tenía su lado petimetre, risueño, y caballeroso; cualidades dignas de un príncipe, o en su caso, de un lord. Pero por otro lado era frío, calculador, misterioso y amenazante. Aunque luciese como un príncipe, no lo era. Eso lo sabía muy bien Gladys. Pero suscitaba dentro suyo que las circunstancias hubiesen sido distintas, que sus palabras tuviesen algo de verdad. Hasta inclusive pasear por un pueblucho como Dunster, le parecía buena idea si eran escoltadas por Howard y Heather. Pero el mundo no funcionaba así.
—Ya pueden mirar, Srtas —dijo Heather pausando los pensamientos de Gladys repentinamente.
Ambas descubrieron su vista y contemplaron expectantes un pequeño bar frente a la berlina, parecía una taberna, e incluso era demasiado temprano para tomar un trago, pero se podía notar que ya había personas dentro.
—¿Quien viene a tomar un trago a estas horas? —se preguntó en voz alta Gladys.
—No es el deber de una dama saberlo, pero cuando más frío hace, es cuando más se aprecia un ron —explicó Howard mostrando el semblante.
Gladys no puede evitar mirarlo, pero cuando se encuentra con sus ojos, se engulle en la vergüenza. ¿Lo había notado? ¿Su secuestrador habría notado con que ojos lo miró? Claro que Howard era un bestia, no podría imaginárselo regodeándose, no podía notar que ella lo comenzó a ver con interés. Pero al parecer no lo hizo, él solo la vio un segundo y luego volvió a apartar la vista antes de decir lo siguiente;
—Lo bueno de estos lugares, es que la clientela siempre suele ser la misma. Y algunos cantineros por unos billetes dan hasta la identidad de sus esposas —continuó Howard.
—¿Y se supone que vinimos por unos tragos? —instó Esme.
—Aunque nada me vendría mejor que un trago, me temo que no, señorita Esme. Venimos en busca de su padre.
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Lazos
Historická literaturaGladys Hamilton regresa al Reino Unido después de haber terminado sus estudios en América. Por supuesto, no regresó porque quisiera, sino porque a Gladys se le ha asignado el deber que a todas las muchachas de su edad se les destinaba en 1873; casar...