Capítulo 6: Declive

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Se acercaban días soleados para los ciudadanos de Londres, los titulares de los periódicos vaticinaban cielos despejados y excelente estabilidad para festivales, el Londres Lite publicó una columna sobre el nuevo romance que tenía a todo Londres desviados de la tragedia que había acontecido a las Hamilton la semana pasada, y que tenía como protagonista a la más joven de ellas, y es que el amor estaba en el aire, así detalló el columnista, quien agregó, que la alta sociedad se encontraba enternecida con la parejita del año; Esme Hamilton y Carlisle Woodgate. 

Pero no todo era un lecho de rosas. En las sombras de la opinión pública, la pareja no había cruzado más palabras que en las mesas de té organizadas por sus padres, en las que deliberaban, a veces hasta sin su aprobación, como se realizarían los sucesos a continuación. 

—Londres Lite ha sugerido que la boda debería realizarse en estos días puesto a que el clima estará cálido. —contó asidua Erica, la joven esposa del conde Woodgate, mientras desayunaban. 

Carlisle contemplaba el té mientras se dejaba irse, como si no estuviese en la habitación, y como si estuviese exento de todo tipo de responsabilidades. Se había cumplido un poco más de una semana que su primera prometida no aparecía, se sintió repleto de cinismo, asqueado de tanto fingir, y de a tantos, intentaba volar su mente para no perder la calma. 

—Lo más acertado sería que se realice este fin de semana. Ya hemos anunciado el compromiso, y las invitaciones han sido enviadas, sería inapropiado dejar pasar mucho tiempo. —exclamó Arthur sentado en la otra punta de la mesa. 

—¿Este fin de semana ha dicho? —replicó Carlisle. 

—Tu padre tiene razón Carlisle, sería inapropiado esperar tanto, y más aún después de haber recibido tanto apoyo. —explicó Erica. 

—¿Aún si la razón de ese apoyo es el chantaje? —espetó Carlisle. 

—Carlisle, no te permito que seas grosero. —contestó beligerante la mujer del conde. 

—No podría permitirme nada, usted no es mi madre. —respondió intrínseco Carlisle. 

—Tu actitud indecorosa está dificultando las cosas y no hay nada que me moleste más que un hombre actuando como un niño. —entrometió el conde —.Hazme el favor de madurar. 

—Si madurar implica obedecerte, no quiero hacerlo. —dijo por último, antes de levantarse de la mesa y desaparecer al cruzar la puerta, dejando atrás a su madrastra y a su padre boquiabiertos ante la rebeldía de su único heredero. 

Algo era seguro, Carlisle estaba harto. Planeó en su cabeza tantas cosas desde niño, solía suscitar dentro suyo los idilios de cualquier hombre de la época, cabalgar, disfrutar de ver pasar la vida junto con alguna mujer a quien no le deba más que buenos tratos en la cama y todos aquellos planes que significaban para él libertad, se vieron abatidos en un insistente e incierto capricho de su padre. Que aún ni siquiera el mismo Carlisle sabría a que se debía. 

¿Realmente es tanta la importancia de un casorio para su vida como futuro heredero? ¿O este era otro bosquejo de su padre para controlarlo? Preguntas e incógnitas comenzaron a emerger de camino a la mansión de las Browning, en donde se dirigía en una berlina Carlisle, para acallar su mente de una vez en los brazos de Victoria, y hasta incluso eso le ponía los pelos de punta. No habían vuelto a cruzar palabras siquiera desde que ella lo vio besarse con Esme Hamilton. No tuvo otra oportunidad de acercársele, y de seguro no sería para nada bienvenido en aquél lugar después de que ella le dejó en claro que no sería la tercera en discordia. Pero nada de eso habría de significar un problema, después de todo, es de Victoria Browning de quien hablamos. Su cuerpo y el de Carlisle mantenían una química que solo hacía falta sentirse en soledad, para que ésta se desenvolviera sin pudicia. 

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