Capítulo 17: ¿ángel o monstruo?

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Mientras que el pueblo londinense dormía en la tranquilidad de sus aposentos y olvidaba los últimos horrores que habían acaecido en el pueblo, muy lejos de allí, a las afueras de Dunster, se encontraban las hermanas Hamilton's que habían sido víctimas de un quid pro quo sin habérselo imaginado. Después de todo, su padre había desaparecido en 1869 y dado por muerto a causa de la peste en 1870. Y aunque no pudieron ver el cuerpo de su padre debido al estado de putrefacción, había pasado algún tiempo desde que ya se hicieron la idea de su muerte tras su desaparición. Quizá el secuestro había despertado la esperanza en ambas jovencitas, pero ninguna se quiso aferrar demasiado a la idea hasta que, la menor de éstas, palideció en la mañana en la que vio a su padre huyendo del bar en el que entraron en su búsqueda. Su padre de carne y hueso, con su misma postura, con su mismos gestos, pero con la fachada de los vagabundos que solían mendigar en las aceras de la Plaza del Parlamento. 

Esme despertó con la imagen de su padre fija en la cabeza, las imágenes se repetían una y otra vez en su mente; su rostro al verla, como se preparó para correr sin siquiera darle una explicación y como durante tres cuadras logró perderla sin el más mínimo gesto de preocupación por su hija, quien había llegado sin conocer el pueblo y era una mañana desolada en la que pudo haberse enfrentado a muchos peligros. Pero para cuando el flashback desapareció al despertar, se encontraba recostada sobre el brazo extendido del menor de sus secuestradores, Heather. Despavorida por el contacto con el joven, se intenta levantar de un brusco movimiento que termina por despertarlo. 

—Srta. ¿Sucede algo? —preguntó Heather al ver la distancia que tomó su rehén. 

—No dijo que dormiría en la misma cama, si esto llegase a trascender jamás encontraría un esposo —explicó ella. 

Profundamente estaba mintiendo. Sabía con exactitud que no podría trascenderse detalles de lo sucedido en el secuestro, si alguna vez volviera a integrarse al mundo. Pero la sola cercanía del joven la paralizó. Recordó entonces la noche previa a su boda, cuando Carlisle la poseyó. Si los hombres actuaban así en una habitación a solas con una chica, no quería volver a encontrarse con uno. La escena de la tragedia de su virtud reapareció vivaz en su mente para remarcarle que no tenía nada más que ofrecer, que si volviese a ser cortejada por un hombre de alta alcurnia, debería fingir su propia virginidad, pero entonces eso sería mentir. Y ella no era buena mintiendo. 

  —Siento haberla incomodado. Al principio dormité en el suelo, pero luego comenzó a doler mi espalda y pensé que como estaba dormida no se daría cuenta. Iba a apartarme antes de que despertara —explicó el joven. 

A Esme le pareció un gesto noble el hecho de que intentara explicárselo. Pensó para sus adentros que quizá su secuestrador no era tan malo, que nuevamente cabía la posibilidad de que tuviera buenos sentimientos. Después de todo, noches atrás la había calmado cuando ella entró en crisis, e incluso le confió que su familia había sido asesinada junto con la de Howard. Solo era un pobre joven que perdió a su familia de niño. Pero todo eso se desvaneció al recordar al cochero ser apuñalado la noche en la que la tomaron de rehén. El pulso de éste no tembló al atravesarle la piel del hombre con una navaja de filo fino. 

—No intente explicarme, entiendo que para los hombres de su estirpe ver a una joven dormir es la oportunidad perfecta para aprovecharse —insinuó ella. 

—¿Que dice? —replicó él desentendido —.¿Por aprovecharse se refiere a que abusaría de usted? 

—Cuanto menos. ¿Lo va a negar? Su amo es la viva muestra de ser un cerdo degenerado. He notado como mira a mi hermana y como se le insinúa constantemente. Usted no podría ser distinto a quien venera. 

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