Capítulo 4: Desilusión

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A las oscuras de la noche y la neblina que ahora mismo abolía a los ciudadanos de Londres, que resguardados en sus casas, evitaban la frialdad. Lo que no sabía el ciudadano común, era que en noches como ésta, Londres era lugar de encuentros cautivos y otros fugitivos, como el fugitivo de los Woodgate, su hijo mayor Carlisle, que ahora mismo se encontraba entrando en las aceras de la mansión de las Browning.

Las sirvientas habían sido testigos de que no era la primera vez en la semana que el futuro heredero de los Woodgate pasaba las noches allí y se marchaba en tanto amaneciese. De hecho, la frecuencia de estos sucesos era muy común en la mansión de las Browning. Desfilaban varios hijos de duques y futuros herederos en la habitación de Victoria. Pero sin duda nunca antes el prometido de una de las hijas solteras de la familia amiga de las Browning; Las Hamilton.

—Me pregunto si te escabullirás así en la cama de la Hamilton. —espetó Victoria mientras Carlisle entraba silenciosamente en su habitación, a oscuras, para que nadie lo viera.

—Victoria, por favor. —respondió tácito.

—Desde luego que no lo harías. De todos modos esa cría no me llega ni a los talones. Ni siquiera le han crecido los pechos.

—¿Realmente quieres hablar de los pechos de Esmeralda Hamilton? —susurró mientras se acercaba a su cuello.

—Quiero saber porque ella. —inquirió.

—Victoria, ya hemos hablado de esto. —mitigó. —No es algo como si pudiera elegirse.

—Debería. Las personas se casan porque se aman, no porque prepararon su matrimonio por conveniencia. Y si así fuese, ¿Qué es lo conveniente de una Hamilton? —instó.

—Que no eres tú. —espetó él.

Victoria le dirigió una sonrisa sesgada mientras se levanta de la cama, luciendo solo un corsé con liguero, medias y enaguas. Carlisle se permitió admirarla, la mujer que tenía a su lado y que ahora mismo parecía haberla lastimado. Se preguntó si fue muy duro con sus palabras, pero solo por unos segundos.

—Sabes que jamás hubiese elegido este camino para mi vida, Victoria. Pero mi familia considera más conveniente que me case con una Hamilton. Ellas han tenido el perfil muy bajo y eso le gusta a la sociedad. —explicó.

— ¿Y yo no le gusto a la sociedad? —insistió ella.

—No lo niego. Eres todo lo que quieres Victoria, y créeme que eres todo lo que yo quiero, pero no lo que quieren ellos, mis padres. Conocen lo que se habla. Nunca te elegirían a ti antes que a una Hamilton. No tengo nada que ver con eso, y no puedo hacer nada tampoco. Es mi deber. —respondió mientras se paraba junto a ella y la tomaba de la cintura. —Por favor, dejemos aquello de lado, solo por un momento.

—Solo te voy a decir una cosa, Carlisle. Que yo te ame, no significa que te voy a esperar todas las noches después de que te cases. —atisbó, separándose de él y volviendo a la cama.

Él la siguió, sumiso, y cautivado por su cabellera color café tirando a rojizo, que ahora mismo estaba suelta y le llegaba a la cintura. La acarició, y mientras le acariciaba el pelo, y Victoria de espaldas, no pudo imaginarse en su lugar a Esme Hamilton, rechazó la idea instantáneamente. ¿Cómo podría acostumbrarse a la idea? Si todo lo que a él le complacía de alguna u otra manera estaba en Victoria. Lejos de aquella chiquilla que carecía de sensualidad.

En la mañana siguiente, Victoria se encontraba dormida, sus cabellos despertaban a Carlisle depositados en su nariz, dándole una leve picazón. Él permite abrir los ojos lentamente, Victoria no estaba muy distinta a la posición en la que se durmió, de espaldas a él, con los muslos y las caderas al descubierto. Su instinto quiso abrazarla, y quizás, hacerle el amor una vez más. Pero se deshizo de la idea rápidamente, tenía que marcharse antes de que amaneciera.

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