Mientras la joven esposa del conde Woodgate, Elizabeth Van De Woodsen, se encontraba despidiendo a los últimos invitados del banquete, el conde Arthur Woodgate se encontraba con su hijo y único heredero, Carlisle Woodgate, a solas en un rincón del salón, llevando una conversación entre dientes, mientras que al mismo tiempo le sonreían gentilmente a los invitados que se iban de la mansión.
—No me preocupa lo que hayas hecho con la Srta. Hamilton. Después de todo, por fin comienzas a actuar como un hombre. Pero no es el momento apropiado para un desliz de lujuria.
—Lo sé. Lo siento padre, no se que ha pasado conmigo, aunque lo que más me preocupa es que me ha visto Victoria. No me imagino si esto saliera de aquí. —susurró Carlisle.
Su padre sonrió suspicaz y convino a decir;
—¿Te preocupa que lo vaya a decir o lo que vaya a pensar ella de ti?
Carlisle lo mira seriamente, impávido, y con desconcierto, sin antes poder modular palabra alguna, su padre prosiguió;
—De todos modos las Browning no son un problema para nosotros. Su linaje está muy en duda en la alta aristocracia, y de no ser porque aún mantienen un lazo afectivo y amistoso con nuestra familia, quien sabe que sería de ellas. ¿Porque preocuparse por esas mujerzuelas?
Carlisle volvió a tragarse las palabras y miró a lo lejos a Victoria, contemplándola quizás, o deseando en alguna parte de él que las cosas fuesen diferentes esta noche, o el día siguiente, que llegaría la inevitable boda, y si algo le habría de haber demostrado lo ocurrido en el cuarto con la menor de las Hamilton, es que esa niñata no era nada para él, y no era siquiera digna de ser su compañera. Pero tan pronto lo confirmó, tan pronto fue que cruzó la raya de la que es difícil volver. Sin duda nada haría que Victoria lo perdone.
—¡Conde! ¡Conde Woodgate! —exclamó llegando el cochero, que esa noche estaba encargado de la seguridad de la mansión.
Arthur mira a los lados para ver si alguien más lo habría escuchado, mientras que se acerca hacia el hombre con gesto decidido y tranquilo.
—Tranquilo hombre, ¿que sucede? —murmuró el conde Woodgate.
—A uno de mis hombres de la entrada se le ha pasado dos intrusos. Lo siento, juro que no lo sabía. Les he dado indicaciones muy claras pero ellos... —intentó decir.
—¿Intrusos? —replicó el conde.
—Sí señor, dos jóvenes de la edad aproximada de su hijo. Han dicho que venían de parte del padre de la prometida, el Sr. Hamilton. Pero como él está muerto, es imposible. Lo siento señor. De seguro deben ser unos niñatos intentando jugar alguna broma... —farfulló.
Dicho esto el conde Woodgate cambia el rostro completamente. Se lleva la mano al entrecejo y se pregunta para sus adentros ¿Podría ser él?
—Suplica por tu vida después, ve a buscar a esos imbéciles. No me importa si son unos niños, no dudes en fusilarlos —espetó el conde.
—¿Fusilarlos señor? —instó el hombre —.De seguro han de ser solo unos niños...
—No tengo tiempo de lidiar con la incompetencia de tus hombres ni con la tuya, y de modo que no le cortes la cabeza a esos dos que andan merodeando por mi propiedad, tendré que considerar tu traición por la familia y hacerte lo mismo a ti y a la tuya. —murmuró el conde.
Luego se echa un paso atrás tomando camino de vuelta al salón.
—¿Entendido?
—Sí señor...
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Lazos
Ficção HistóricaGladys Hamilton regresa al Reino Unido después de haber terminado sus estudios en América. Por supuesto, no regresó porque quisiera, sino porque a Gladys se le ha asignado el deber que a todas las muchachas de su edad se les destinaba en 1873; casar...