Capítulo 25: El regreso de las Hamiltons

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Los titulares de los periódicos solo hablaban de una cosa, el regreso más inesperado y sorpresivo de todo el pueblo londinense, el regreso de nada más y nada menos que de las srtas. Hamilton's.
Sanas y salvas, fueron escoltadas por el cuerpo de vigilancia de Londres a su hogar, para reencontrarse finalmente con su madre Elizabeth, que había sido pocas veces vista en público. Pero no antes de ser interrogadas a las afueras de Londres, donde consiguieron aparentemente escapar.
Se emitió entonces un comunicado a los columnistas del periódico local sobre los rasgos más característicos de los secuestradores; hombros anchos, piel caucásica, uno de ellos tenía una enunciada quijada que se le enmarcaba con una barba descuidada, mientras que el otro, de un poco menos de altura, mantenía una barriga que le dificultaba el andar. Ambos rodeaban los cincuenta y cuarenta y tantos.

Así es como lo lee Carlisle Woodgate, tras enterarse de la descripción que dieron a las autoridades no coincidía con los que raptaron a Esme, se le ocurrió entonces que estas dos jóvenes inocentes quizás nada tendrían de ello. Enfurecido, Carlisle decide ir a visitar a las recién llegadas a Londres, quienes aún se encontraban en estado de shock, e investigar por si mismo el porqué de las características erróneas sobre los malhechores. Debiera ser un error o un malentendido, o eso al menos quería pensar. Recordaba entonces a dos muchachos de edades y apariencias muy distintas a lo dicho. ¿Porque entonces habrían de mentir las Hamiltons? ¿O será que nunca estuvieron secuestradas? Las posibilidades eran infinitas, pero si su padre lo casaría con una Hamilton, él debe saber que secretos esconden estas muchachas.

—¿Es que eres idiota? ¿Que irás a hacer a la mansión de las Hamiltons? Esas jovencitas recién llegaron a su hogar —espetó Arthur en cuanto Carlisle le explicó que saldría a ver a las Hamiltons.

—Diga lo que diga, iré a verlas. ¿O es que acaso no puedo hablar con mi prometida? Le recuerdo padre, que me casaré con una de ellas a ruego suyo —respondió indómito.

—Y también te recuerdo que ello estaba pactado. Si volvieron sanas y salvas, no veo el motivo por el cual seguir posponiendo los asuntos de la familia.

—Padre, por respeto, le pido que no nos use para sus negocios —replicó Carlisle.

—En lo absoluto. Ya que vas, diles que daremos una cena en su honor —dice Arthur mientras le sonríe levemente.

Nunca se es suficiente para hacer un evento al público, y mucho menos cuando el evento sería en honor a las víctimas de un secuestro tan horrible. En el fondo a Arthur le preocupaba más que finalmente su hijo se casara con una Hamilton y acceder a la dote, que el bien estar en sí de alguna de las Hamiltons, o siquiera la felicidad de su hijo. Pero para Arthur el fin justifica los medios, y desconocedor de que hubiese alguien siquiera que podría hacerlo caer, la estupidez e insistencia de su único hijo en irrelevancias era más que inoportuna. Aunque la verdad estaba muy cerca de descubrirse, y la caída de Arthur Woodgate sería irreversible.

Amén de lo dicho, Carlisle decidió tomar una berlina e ir en busca de la mansión Hamilton.
Quizás la primera berlina en cruzar las aceras de la mansión. Las ventanas se encontraban abiertas, y había más servidumbre de aquí para allá que en los últimos meses, todo parecía andar bien después de la llegada de las jovencitas. Casi recordaba lo que había pasado con Esme y se preguntaba para sus adentros si ésta contaría la verdad. Probablemente no iría a la cárcel por poseer a su prometida, pero podrían elegir prescindir del matrimonio. Aunque profundamente para Carlisle, lo mejor era que ella desistiese respecto a la boda, dejándolo en una situación favorecida para contraer vínculo con Victoria.

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