Ojalá.

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  Es reconfortante saber que, en algún momento de nuestra vida, llegaremos a sentirnos en paz con nosotros mismos. Y lucharemos contra nuestras guerras internas sin esperar a que alguien venga a pelearlas por nosotros. Porque si algo hay que hacer bien es tener bien claro que las circunstancias, muchas veces, cierran las heridas. Y uno acaba entendiendo que el tiempo también mata. Lentamente. Agudizando las cicatrices que nos hemos hecho al intentar meter a personas donde ya está alguien más. Porque somos un montón de lugares donde cuesta encajar, pero qué bonito es que venga alguien a romperse hasta lograrlo. Y nos haga tiritar al entender que hay personas que son capaces de todo por hacernos sonreír. Hay que saber hasta qué punto es saludable permanecer, por muy sano que resulte el panorama, porque en cualquier momento nos convertimos en insanos. En destructivos. En el daño irremediable de otro. Y no, no es bonito, para nada. Y ya está. Así como nos hace sonreír, también hay que hacerlo nosotros, porque quién cuenta primero la parte dolorosa de la historia, si siempre vamos despistando al mundo con nuestra felicidad hipócrita. Da lo mismo que queramos avanzar si seguimos pensando en lo que ya pasó, aunque caminemos, así se vea que nos acercamos cada vez más a lo desconocido, en realidad, estamos volviendo al mismo sitio de siempre. Donde las cicatrices duelen, donde la voz se rompe, en donde la mirada se nos pone nostálgica, donde el viento ha barrido todas las cenizas que algún día fuimos. Sin embargo, se sigue repitiendo, una y otra vez, la misma canción que sonaba aquel día. Así, sin complementos. Aquel día.

Ojalá un día de estos vengas y me digas que, como yo hay tres o cuatro en el mundo, pero que me sigues eligiendo a pesar de ello.   

Inviernos Rotos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora