Siempre habrá más heridas que sonrisas que recordar, porque si nos ponemos a contabilizar lo nuestro en la vida, acabaremos perdiendo la cuenta de las veces que nos han rasgado algo más que piel.
Hace domingo en tu vida, pero en la mía aún es aquel día. Ya no recuerdo si es martes por la tarde o sábado por la noche. Hay sucesos donde te quedas a vivir por tiempo indefinido y algunas personas te pregunta por qué, pero dudo que alguien que no haya estado en tu lugar sepa entender que a veces no es uno el que se queda porque quiere, sino que hay algo que aún te toma de la mano desde aquel momento, lugar o persona. Cuánta distancia hace entre hoy y de donde estuvimos hace unos años. Cuánto hemos cambiado la forma de ver las cosas, cuánto hemos comprendido la vida y qué alto es el precio de la felicidad.
Aún no hemos platicado del futuro que encandila nuestra mirada, pero soy de los chicos que prefieren vivir y a ver qué pasa mañana: me gusta sorprenderme, emocionarme, coger aliento tras un fuerte dolor de panza de tanto reír contigo. Me gusta cuando las pequeñas cosas hacen a las grandes personas. Esas que saben lo que tienen cuando lo tienen, no cuando ha desaparecido y queda la sensación de que fue un fantasma que nunca existió.
A mi ventana llegan muchos de mis fantasmas. Fui ciego, lo acepto. ¿Pero cómo no iba a serlo si una luz como la tuya se asomó por donde el sol me sale por las mañanas? Desde entonces fue que preferí el brillo de tu sonrisa, que los rayos de él. Da igual, muchas sonrisas tienen radiación.