Es que yo ya no sé cómo empezar historias, sino hablando del final. Y ella lucía preciosa aquel día mientras las estrellas se ponían en su mirada.
Yo te prometo —le dije— llevarte a otro mundo. Uno en donde los dos nos sintamos a gusto con quienes somos.
Y me sonrió, pero su sonrisa fue una pistola llena de espinas, porque las balas ya las llevaba como recuerdo o como lección.
Y es que el amor te deja sobre la mesa el contrato de supervivencia una vez que el otro decide irse. Y ahora cómo se supone que debo seguir sin ti, si el nudo en la garganta me sofoca. Si siento que me ahogas cuando antes me hacías volar.
Espera. O espérame en algún rincón de tu soledad.
Aguarda. O guárdame un pedacito de página antes de que decidas quemar nuestra historia.
Tal vez no fui el héroe que en todo libro se supone que debe haber. No supe salvarte, sino empujarte a ese abismo que tanto miedo te dio caer; quiero decir, a enamorarte de alguien como yo.
Lo siento si rompí todas tus expectativas, ya que no soy el fuerte de la historia. Me guardo partes de los que se van en mi caja torácica, que en realidad es una jaula que encarcela mi corazón. Y abro mis pulmones para meter tus últimos suspiros antes de caminar en otra dirección.
Quédate con la peor versión de mí, que es la mejor cara que poseo de la moneda. Recuerda siempre que ahí un día hubo alguien que estuvo dispuesto a poner en orden hasta su cordura, cuando el desastre era él. Y nadie impidió que se hiciera semejante daño. Los locos buscan que los quieran con todo y su locura.
Quédate con las veces en las que maldije tu existencia y tu nombre lo escupí al aire.
Quédate con el chico malo que jamás presentaste a tus padres, con el que mandaste a callar y a tomar por culo, con el que jamás te enorgullecerías de envejecer con él. Quédate conmigo. Y no me sueltes jamás