Quien sabe.

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  Quizá después de la tormenta, sólo hay más tormenta. Porque algunas cosas jamás terminan, como los amaneceres después de haber querido no despertar nunca más o como las puestas de sol cuando horas atrás deseaste que alguien se quedara un poquito más y te besara esa cicatriz que tiene la forma de sus labios. Y lo único que termina a tu lado es la misma oscuridad que ha sido fiel a ti. Y quizá, al final de esta inestabilidad emocional, alguien nos acompañe por esos rumbos en los que hemos tenido que pasar corriendo porque tanto miedo nos da quedarnos a vivir ahí, donde ya nadie espera a nadie, donde los relojes se han detenido en los peores momentos, donde ya no hay trenes que pasen y quieran que te subas a ellos, donde solo hay gente sola acompañándose entre sí. Y no hay nada peor que eso: compartir soledad, porque si algo hay que compartir son los momentos bonitos, los aviones que nos lleven tan lejos que sea imposible regresar. Alguien que nos acompañe en silencio mientras el mundo no deja de girar ni de arder. A quemarropa. Independientemente a dónde nos lleve la vida e independientemente en dónde queramos estar mañana. Que comprenda que somos seres inestables, lo que hoy queremos, mañana posiblemente lo tiremos a la hoguera. Y que, incluso así, nos quiera. Que nos quiera tanto y a una distancia tan cercana, que sienta nuestro fuego y que no le importe tener quemaduras. Yo qué sé, chicos, sería bonito que alguien nos esperara, incluso cuando se nos ha hecho demasiado tarde y no haya nada, ni premio, ni felicitaciones, ni consolación. Pero que esté ahí, en la meta. Y entender que eso posiblemente sea a lo más alto que podemos ascender en la vida: tener a ese alguien.

Ese alguien que no nos entienda, pero que nos comprenda. Que después de habernos maldecido, nos diga "te quiero después de todo". Que nos enseñe a querernos antes de quererle. Que nos saque fuera del mundo y nos meta dentro de sus dimensiones. Que sea un total, absurdo e incurable demente, y nos haga enojar al mismo tiempo que nos hace sonreír. Que nos rompa literalmente y no volvamos a ser los mismos que hemos siendo siempre. Que sea el antes y el después. La línea divisora entre lo que fuimos y lo que somos. Porque incluso ser uno mismo cansa, ser cansa y por eso muchas veces tenemos esa esperanza latente de que, algún día, seremos el atardecer bonito de alguien; el gris de sus inviernos, el blues que lo acompañe, su lugar siempre que quiera huir.

Y algún día terminará pasando del todo y el resto simplemente será lo otro, pero ese alguien será "lo mejor está por venir" caminando hacia nosotros. Y sentiremos esa sensación que sentimos cuando las cosas, finalmente, después de haberlas esperado a miles de millas y por mucho tiempo, después de haber dejado hasta los huesos por encontrarlas, un día, terminan pasando.  

Inviernos Rotos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora