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Por la mañana despertó temprano, se dio una ducha rápida y se puso unos vaqueros y una camiseta negra. Mientras se le se­caba el pelo, se calzó las botas, después enchufó la línea de telé­fono en un costado del ordenador y envió la historia de la co­medora de huesos de pollo. No trataba sobre Bigfoot, pero era lo bastante curiosa como para salir en la edición de la próxima semana. Lo más importante era que había vuelto a escribir. Te­nía que darle las gracias a Ada Dover, y la ironía del asunto la hizo sonreír.

Tras recogerse el pelo en una coleta, condujo tres manzanas hasta el M&S. Había dormido un total de cuatro horas, pero se sentía mejor que en mucho tiempo. De nuevo funcionaba, y eso la satisfacía enormemente. Ni siquiera quería pensar en que hu­biera sido una casualidad y que esa noche volviese a pasar horas ante la pantalla en blanco.

Lo primero que la impresionó al entrar en M&S fue la visión de las cornamentas detrás del mostrador. Eran grandes y estaban colocadas sobre placas lacadas. Lo segundo fue un aroma en el que se mezclaba la carne cruda y el cartón. De algún lugar al fon­do le llegó la música de una emisora country y los fuertes golpes de lo que parecía un hacha contra un bloque de madera de car­nicero. Aparte de ella misma y de quien estuviese en la parte tra­sera, la tienda estaba vacía.

Lali cogió una cesta de plástico azul y se la colgó del brazo. Le echó un rápido vistazo al estante con la prensa y las revistas. El National Enquirer, el Globe, y el mayor competidor de Lali, el Weekly World News, todos apilados junto al Weekly News of the Universe. Tendría que haberle echado un vistazo a ese nú­mero, pero su historia sobre los huesos de pollo no saldría hasta la semana siguiente. Ya había recibido un e-mail de su editor di­ciéndole que pensaba incluirlo.

El entarimado crujió bajo sus pies al dirigirse por el pasillo de los cereales y las galletas hacia la sección de refrigerados.

Abrió la puerta de cristal y colocó una botella de leche desna­tada en la cesta. Luego comprobó el contenido de azúcar de un zumo de naranja. Contenía más sirope de maíz que zumo de fru­ta, así que lo devolvió a su sitio. Alargó la mano para coger un zumo de uva y kiwi, pero en el último momento prefirió uno de manzana.

-Yo me hubiese quedado con el de uva y kiwi -comentó una voz ligeramente familiar a su espalda.

Sorprendida, Lali se volvió y la puerta de cristal se cerró sola. La cesta le golpeó la cadera.

-Pero claro, uva y kiwi puede ser un poco fuerte para estas horas de la mañana -dijo el sheriff. No llevaba puesto su Stetson negro. Lo había reemplazado por un estropeado sombrero va­quero de paja con la banda de piel de serpiente. El ala sombrea­ba parte de su rostro-. Se ha levantado muy temprano.

-Hoy tengo muchas cosas que hacer, sheriff Lanzani.

Él abrió la puerta de cristal y ella se apartó un paso.

-Peter -dijo cogiendo dos cartones de leche chocolatea­da y poniéndoselos bajo el brazo. En ese momento no parecía el representante de la ley que había conocido el día anterior. Lle­vaba una camiseta azul vieja y arrugada y unos Levi's gastados ; el bolsíllo trasero estaba roto y el extremo de la billetera asomaba por encima. Se inclinó y sacó lo que parecían dos pequeñas tarrinas de helado-. ¿Ha encontrado a alguien que le eche una mano? -preguntó.

-Todavía no. Pensaba llamar a mis vecinos, tal como usted me sugirió, pero quería esperar un poco por si todavía estaban durmiendo.

-Ya se han levantado. -Se apartó del refrigerador y la puer­ta de cristal se cerró sola-. Éste. -Con su mano libre le tendió una botella de fruta de la pasión-. Es mi favorito.

"CONFESIONES" TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora