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El sol de Idaho le quemó los ojos y los entrecerró mientras avanzaba por el sendero de Peter, bordeando un coche que no conocía, para salir a la calle. Se había esforzado para no enamo­rarse de él. En lo más profundo de su ser, siempre había sabido que acabaría con el corazón roto. Y así había sido.

Desde el momento en que Peter había visto a Adam a los pies de la cama, su vida se había ido al infierno.

-¿Qué crees que hará? -le preguntó Eugenia.

-No tengo ni idea -respondió él. Quería creer a Lali. Lo quería de verdad, pero no podía-. Tenemos que decirle a Adam que nunca hemos estado casados. Y hemos de hacerlo an­tes de que llegue a sus oídos a través de otra persona. -Se apre­tó el puente de la nariz como si así pudiera borrar las punzadas que sentía tras los ojos. Le había contado a Lali demasiadas co­sas de su vida. Era una periodista de la prensa sensacionalista que, además, le había mentido-. Tiene que saberlo antes de que vaya a comprar un paquete de chicles al M&S y lo lea en cual­quier periodicucho expuesto.

-Sí, supongo que es hora de decírselo. ¿Crees que hay algu­na posibilidad de que tu novia no lo airee?

Peter la miró. Estaba preocupada por su carrera.

-¿Qué haces aquí?

-He traído a Adam a casa, por si no te has dado cuenta.

-Eso ya lo sé. Pero ¿por qué?

Eugenia cruzó los brazos y respiró hondo.

-¿Recuerdas que en el aeropuerto te dije que tenía que ha­blar contigo?

No lo recordaba, pero eso no significaba que ella no lo hu­biera mencionado.

-Seguramente sabes que he pasado mucho tiempo con Nicolas Cabré -empezó ella, dando por sentado que él seguía pendiente de sus asuntos.

-No, no lo sabía. Es un actor, ¿verdad?

-Sí. Y me ha pedido que me case con él. Le he dicho que sí.

-¿Y qué piensa Adam de todo esto?

-Bueno... Había pensado que podrías decírselo tú.

Por supuesto. Peter se sentó en el borde del sofá con los co­dos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. En cir­cunstancias normales, no le hubiera importado cargar la respon­sabilidad de explicar a Adam que su madre se iba a casar con un maldito actor. Eso le hubiera facilitado el terreno para hablar­le también de Lali, pero ahora no sabía siquiera si tenía, o que­ría, una relación con ella. De Lali sólo sabía dos cosas a ciencia cierta: una, que trabajaba para la prensa sensacionalista; y dos, que él se moría por estar con ella. Esas dos verdades no eran ne­cesariamente excluyentes, pero en su caso lo eran.

Levantó la cabeza para mirar a Eugenia, que seguía allí de pie, co­mo si esperara que su reacción natural fuera encargarse de Adam.

-No -dijo él-. Se lo dirás tú.

-Ya lo he intentado. Nicolas vino a vernos la semana pasada para que Adam lo conociese antes de hablarle de mis proyectos. Pero el niño se portó muy mal y no tuve oportunidad de hablar con él del tema. Intenté hablar contigo por teléfono, pero no es­tabas nunca en casa. -Se sentó en la mecedora y se apretó las manos entre las rodillas-. Dijo que Nicolas era un ma...

-¡Uau! ¿Le dijo a tu novio que era un mamón?

-No. La palabra fue «maricón».

-¡Vaya!

Por lo que Peter había visto en la tele, aquel tío tenía toda la pinta de poder decantarse por una acera o por la otra. Por lo de­más, las veces que había hablado con Adam por teléfono, le ha­bía parecido que el niño estaba como siempre.

"CONFESIONES" TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora