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-No creo que contenga bosta de vaca -le soltó, y calculó que no decía algo tan impactante desde el instituto, cuando había intentado impresionar a Nancy Burk diciéndole que ella no era tan fea como su hermana.

Lali dejó la caja y se volvió para encararlo. Una leve sonri­sa se dibujó en sus labios y Peter sintió un cosquilleo en la en­trepierna.

-Ya lo suponía, pero no me habría sorprendido que la con­tuviese.

Él se concentró un instante en su boca antes de apartar la mi­rada para fijarla en el salmón disecado que había en la sección de pesca. No quería que ella descubriese la intensidad del deseo que lo consumía, aunque después de lo del lunes por la noche probablemente ella se hacía una idea al respecto.

-¿Irás a la fiesta del Cuatro de julio la semana que viene? -le preguntó ella-. ¿Te has apuntado al lanzamiento de váteres?

-No. Me temo que me lo perderé. -Su mirada vagó por el arco iris de camisetas que colgaban de las perchas y acabó de nue­vo en Lali, en su suave cabellera y la brillante coleta-. No esta­ré en el pueblo.

-Ya. Rochi me comentó que te ausentarías un par de semanas.

Él clavó la mirada en sus ojos, apreció un deje de decep­ción y casi se dejó llevar, casi alargó los brazos para abrazarla allí mismo, en la tienda de Hansen.

-En efecto, así es.

-Tengo que tomar unas fotos en una cascada de la que Rochi me habló, y pensé que a lo mejor podrías llevarme. Pero si no vas a estar... -Se encogió de hombros-. Supongo que podré esperar hasta que Rochi se recupere.

-¿Esas fotos son para el artículo sobre el noroeste?

Ella bajó la vista hasta el pecho de Peter. -Sí.

Él no quería siquiera pensar en lo que podría suceder si estu­viese a solas con ella. No, eso no era cierto. Ya había pensado en lo que sucedería, en cómo sería hacer el amor con Lali. Le gus­taba imaginar que le sobaba los pechos, la besaba, chupaba sus erectos pezones y hundía la cara en su canalillo. Y las posiciones: horizontal, vertical, cabeza abajo, de lado. Había imaginado que se adentraba entre sus muslos una y otra vez, pero eso no quería decir que fuese a intentarlo de verdad.

-Lamento no poder ayudarte -dijo. No podía controlar sus pensamientos, pero su cuerpo sí. Aun así, era mejor no per­mitir que su mente recorriese ese lujurioso camino, especialmen­te en la tienda de Hansen.

Ella volvió a mirarlo a los ojos y esbozó una media sonrisa.

-Está bien.

-Tal vez si... -Se encogió de hombros. ¿Si qué? ¿Si espera­ba hasta que su hijo se fuese y confiaba en la suerte? ¿Si tenía mu­cho cuidado para que nadie en el pueblo se enterase de que se acostaba con la mujer que más cuchicheos había provocado des­de el incidente de Hiram Donnelly? Cabía una mínima posibi­lidad de que evitase los cotilleos, pero no había modo de evitar que Lali fuese escritora. No podía acostarse con ella y dejar en manos de la suerte que no se enterase de lo de Adam. Y si lo des­cubría, ¿ acabaría él leyendo sobre su propia vida en la revista Peo­ple? O peor aún, ¿en el Enquirer?

No podía arriesgarse, y Lali merecía algo mejor. Dio un paso atrás y casi pisó a Adam.

-¡Cuidado, papi!

Estaba tan concentrado en Lali que ni siquiera se había da­do cuenta de que su hijo se había colocado a su espalda.

-Lo siento, amigo. ¿Estás bien?

Adam asintió.

-Hola, Lali.

Ella miró a Adam y ensanchó la sonrisa.

"CONFESIONES" TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora