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A las nueve en punto de la mañana siguiente, Lali puso el punto final a su historia sobre alienígenas. La introducción era más bien indefinida y no entraba en materia hasta el tercer pá­rrafo, pero creía que el artículo había quedado bastante bien.

Había creado un pueblo perdido habitado por alienígenas que, víctimas de una accidente estelar, se disfrazaban de huma­nos para hacerse pasar por pueblerinos excéntricos, mientras es­peraban a que la nave nodriza viniese a recogerlos. Entretanto engañaban a los turistas y se aprovechaban de ellos mediante una serie de apuestas.

Había trabajado en el artículo desde el amanecer, cuando se levantó de la cama con la historia ya esbozada en su dolorida ca­beza. Se había tomado unas tabletas de Tylenol con café y aún no se había duchado. Llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabe­za con dos bolígrafos Bic, y todavía lucía su pijama de estam­pado vacuno y un par de gruesos calcetines. Suponía que no de­bía de oler muy bien, pero sabía que era mejor no obcecarse con esas minucias cuando estaba en racha. Mientras trabajaba, nun­ca respondía al teléfono, y sólo un incendio podría haberla obli­gado a abrir la puerta de la casa.

Le había enviado a Walter por correo electrónico la idea para el nuevo artículo. A él le había encantado, pero quería fotogra­fías que acompañasen la narración. Imágenes creíbles. Lo cual significaba que Lali tendría que sacar su Minolta y hacer unas cuantas fotos de la zona. Más tarde, las escanearía y superpon­dría la imagen de los alienígenas disfrazados de paletos pueble­rinos. Eso le llevaría su tiempo, pero no era imposible. Sin du­da no sería tan difícil como cuando dotó a Micky el Duende Mágico de un razonable parecido con el príncipe Carlos de In­glaterra.

A eso de las nueve y media hizo finalmente un alto. Enton­ces sonó el teléfono. Llamaba una tal Hazle Avery, de la oficina del sheriff, para preguntarle si tenía pensado pasarse por la ofi­cina para firmar el informe de la agresión. Lali contestó que es­taría allí en una hora.

No es que hubiese olvidado que tenía que acudir a la oficina del sheriff. Más bien había pretendido olvidarlo. Deseaba olvi­dar todo lo sucedido la noche anterior, desde que puso el pie en el Buckhorn hasta que Peter Lanzani se marchó de su casa.

Pulsó «guardar» y hizo una copia de seguridad del artículo. Bueno, tal vez no se trataba de olvidar la noche al completo, pero sin duda tendría que haberse marchado del bar cuando se ente­ró de las apuestas sobre los excursionistas y antes de que Emmett Barnes se metiese con ella. Sus problemas empezaron en cuanto aquel tipo echó un vistazo a lo que escribía en las servilletas y ella le dedicó una sonrisita de reconocimiento.

No, se corrigió, empezaron en cuanto pidió las dos cervezas. De no haber sido por el interés que despertó en ella la historia de los alienígenas, habría prestado más atención a los efectos del alcohol. De no haber sido por las cervezas, habría sabido mane­jar a Emmett. Con toda probabilidad, se habría ahorrado el co­mentario sobre enanos con polla flácida.

Se quitó la ropa y se metió bajo la ducha. De no haber sido porque estaba achispada, habría mantenido las manos y la boca alejadas del sheriff.

Dejó que el chorro caliente le recorriese el cuerpo. No sabía qué encuentro había sido peor, si con Emmett o con Peter. Uno la había atemorizado. El otro la había humillado. Se había equi­vocado con Peter. No la deseaba del modo que ella lo deseaba a él. Él no quería poseerla por completo. Lo que él quería era marcharse, y fue exactamente lo que hizo. Le había, visto salir por la puerta con su sabor todavía en la boca.

«Mantente alejada del Buckhorn», le había dicho. Nada de disculpas. Nada de «lamento tener que marcharme». Nada de excusas. Nada.

Se lavó el pelo y después salió de la ducha. Había pasado mu­cho tiempo desde la última vez que un hombre la había hecho es­tremecer. Mucho tiempo desde la última vez que permitió que un hombre se le acercase tanto como para sentir su calor en el bajo vientre. Mucho tiempo desde la última vez que había de­seado sentir el cuerpo de un hombre.

"CONFESIONES" TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora